Apreciados compañeros de camino:
Es posible que muchos de nosotros pensemos que no hay nada que celebrar, les comprendo y en parte tienen razón: la situación está muy difícil, aunque ser educador nunca ha sido tarea fácil. Pese a todo, sigo pensando que ser maestro es una gran oportunidad para la realización personal: ¡yo soy maestra y a mucha honra!
Creo que no nos ayuda seguir quejándonos de la realidad que nos afecta como venezolanos y, especialmente a la mayoría de los niños, niños y adolescentes que están en las aulas, mucho peor para los que se fueron o para los que nunca han asistido. Entonces, no debemos sentirnos que somos las mayores víctimas de este país. Es verdad que la sociedad en general no valora mucho nuestra profesión, porque no resulta atractivo ser docente. Los milagros que somos capaces de hacer no agarran centimetraje; ser Miss genera aplausos, pero ser buena maestra lo notan muy pocos, aunque hayan algunas que parecen mises y es que la valoración de lo que hacemos no va a venir de fuera: ¡somos nosotros los que tenemos que valorar lo que hacemos! ¡Nosotros tenemos que decir que un día de clases sí importa!
Cuando me inicié en las aulas, hace 43 años, en Maracaibo, aún estudiaba en la Universidad. Empecé con 4 horas a la semana, mis alumnos eran adolescentes de primer año de bachillerato docente –lo que se conocía como “Normal”-, y cada clase era un reto: tenía que conseguir que a esos futuros maestros les gustara la Historia (materia con fama de aburrida) y la Geografía Económica (“¿y eso para qué sirve, profe?”); tenía que lograr que le agarraran gusto a la lectura, que el aula –futuro lugar de trabajo para ellos y ellas– fuera un espacio de encuentro, de creatividad permanente, de felicidad y yo tenía que ser coherente con lo que decía: se puede ser feliz entre pupitres.
Colegas, nosotros tenemos un poder que a veces desestimamos: tenemos mucho poder para el bien, podemos contribuir a que los NNA descubran las maravillas que tienen dentro, desarrollen esas “aplicaciones” instaladas en su “disco duro” (el cerebro) y en su “disco blando” (el corazón). Tenemos ese poder incluso en esta era de Facebook y twitter. No importa si no disponemos de videobeam, créanlo ¡yo mantengo en esos casos mi “video-bond” y resulta! ¡Se los digo sinceramente! La humanidad no se sustituye por nada. Y mientras más riesgos tienen nuestros alumnos de perder la vida o perderla en una banda, más grandes se vuelven nuestros retos. Insisto: nadie dice que sea fácil, pero las sonrisas son gratis, no requieren ni dólares, ni cédula, no hay que hacer colas para adquirirlas, se contagian. Los nuevos retos rejuvenecen, las canas en realidad son “ideas luminosas”. En este trabajo se enseña y se aprende sin límites, no hay tiempo para el aburrimiento.
Tenemos tres opciones: renunciamos y nos dedicamos a otra cosa, nos pasamos la vida quejándonos y poniendo mala cara a los chamos o decidimos que nuestra vida valga la pena. Vamos a quejamos 3 minutos al día y luego nos dedicamos a desarrollar nuestras inteligencias múltiples, nuestro cerebro creativo, practicar la “pedagogía de la mano extendida”, tratar a los alumnos como “ahijados” y a las madres como “comadres”. ¡Verán que vale la pena! Tú decides. Conozco muchos que ya lo decidieron.
Afectuosamente,
Maestra Luisa