Debemos asumir la profunda crisis del sistema educativo como oportunidad para robustecerla y transformarla de modo que se constituya en pilar firme para el progreso económico y la convivencia social. Para ello, debemos aliarnos, unirnos y esforzarnos para garantizar a todos educación de calidad que es el medio esencial para el desarrollo personal y social. Esto exige defender la educación pública, como derecho fundamental y también como deber de toda la sociedad y combatir la actitud del Estado que la ha abandonado, y la mentalidad de la ciudanía a la que parece no importarle el lamentable estado en que se encuentra la educación. La educación moldea vidas. La cantidad y calidad de la educación que una persona recibe influyen en su productividad, sus ingresos, su bienestar y su humanidad. A todos nos conviene tener más y mejor educación y que todos los demás la tengan.

Junto a esto, debemos abandonar de una vez esa educación que enseña a responder preguntas intrascendentes y ajenas a la realidad e inquietudes de los estudiantes, y les enseñe no a repetir información, sino a procesarla y analizarla. Educación para resolver problemas, que enseñe a desaprender, aprender y reaprender permanentemente; que promueva más que la enseñanza el aprendizaje continuo. Educación que se integre cada vez con mayor firmeza con las familias y las comunidades. Educación que reflexione sobre el uso poco adecuado de las tecnologías, que tiene el peligro de fomentar una educación bancaria, transmisiva y no una educación que promueva el pensamiento crítico, el aprendizaje y coaprendizaje permanentes. Hoy, por lo general, las tecnologías se están utilizando de un modo transmisivo, como los antiguos pizarrones o libros de texto. Es urgente que nos atrevamos a utilizarlas para la autonomía en el aprendizaje. Por ello, la necesaria e imprescindible dotación de tecnologías debe ir acompañada de formación pedagógica para garantizar un uso apropiado de ellas, para que lo virtual contribuya hacer personas y comunidades virtuosas.

Pero más allá de todo esto, la educación debe retomar su esencia humanizadora y orientarse a la formación de los valores humanos esenciales que nos permitan realizarnos como auténticas personas, convivir con los otros diferentes, y defender la vida humana, animal y vegetal donde quiera que esté amenazada, maltratada y destruida. Educación que fortalezca la cultura democrática, y combata los comportamientos racistas, discriminatorios y excluyentes.

De ahí la necesidad de una educación que promueva el pensamiento crítico, el desarrollo de habilidades comunicativas y creativas, las capacidades para sustentar la disciplina del aprendizaje continuo y del trabajo en equipo, y sobre todo, la formación humana. Educación que enseñe a conectar corazón, cuerpo y cerebro y cultivar el mundo interior. A desarrollar una inteligencia emocional y espiritual que permita comprender y transformar las emociones, entender los sentimientos de las personas y desarrolle la empatía y la comprensión.

Educación, en breve, que nos enseñe a vivir, a convivir con los otros diferentes y con la naturaleza, y nos enseñe a amar y a enseñar con amor, es decir, con una pedagogía del amor y la ternura. El amor es el principio pedagógico esencial. En educación es imposible ser efectivo sin ser afectivo. No es posible calidad sin calidez. Amor se escribe con “a” de aceptación, atención, ánimo, asombro, apoyo, acompañamiento, alegría y amistad.

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