¿De qué nos sirve alardear de que tenemos una de las más avanzadas Constituciones del mundo, si no se cumple, resulta letra muerta o se usa a conveniencia de los que nos gobiernan? En teoría la Constitución nos garantiza a todos sueldos y pensiones que permitan vivir dignamente, educación y salud de calidad, libertad de expresión, de organización y movilización, derecho a una justicia imparcial…, derechos que son pisoteados todos los días. Por ello en la reconstrucción de Venezuela, la Constitución debe ser el faro que nos guíe y la referencia para analizar las políticas y alianzas.
Dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución, nada. Su cumplimiento o su violación debe aclararnos quiénes son patriotas o apátridas, quienes aman con un amor eficaz a Venezuela y a los venezolanos, quienes trabajan por recuperar y fortalecer la democracia y quiénes la imposibilitan. No olvidemos que la democracia más que un sistema de gobierno, es una forma de vida. Se asienta sobre la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que se unen para convivir mejor y apoyarse mutuamente y nunca se sustenta en la fuerza. De ahí la importancia de que los distintos poderes sean autónomos e independientes, para controlar las tentaciones impositivas o incluso dictatoriales del ejecutivo, pues como se viene repitiendo, “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Los valores de la democracia son el respeto, el diálogo, la tolerancia, la negociación, pues la diversidad se considera como expresión de la verdadera convivencia. No hay peor cinismo e inmoralidad que manipular los mecanismos democráticos para acabar con la democracia. Por ello, debemos trabajar con entusiasmo por establecer en Venezuela una genuina democracia que, como está establecido en la Constitución, garantice elecciones equitativas y justas, con poderes autónomos e independientes; que promueva la información veraz y transparente; que posibilite el acceso a bienes y servicios de calidad. Democracia en la que nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer; y nadie quede excluido del derecho a trabajar, poseer, organizarse. Democracia sin presos políticos ni emigrantes forzados y con un sistema de justicia eficiente e igualitario, donde los ciudadanos puedan convivir sin miedo y sin renunciar a sus principios. Democracia verdaderamente participativa, orientada a garantizar el bien común, que es el objetivo de la verdadera política, como nos insiste el Papa Francisco. Que acabe con un Estado como negocio privado de amigos y del partido que gobierna y se convierta en garante del bien común. Un Estado que no pretenda sustituir las capacidades de la sociedad, sino facilitar la participación de todos en la construcción del buen vivir. Un Estado que por la transparencia y la adecuada legislación dificulte y castigue la corrupción también de los amigos; y que por las múltiples formas de participación organizada impida la concentración de poder; un Estado fuerte, pero no autoritario.
2024 debe ser el año para hacer que se cumpla la Constitución. Ello va a exigir apoyo decidido al nuevo liderazgo que surgió en las primarias, ganado por su entrega, coherencia, cercanía a la gente y valor a toda prueba. Reconstruir Venezuela y revitalizar la democracia sobre las bases de la Constitución no va a ser una tarea fácil, va a requerir mucho esfuerzo, trabajo y sacrificio.
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