“Protestaron en una escuela de Caracas por falta de maestros”, leemos en una nota de EXCUBITUS, donde se cita a Román Camacho del periódico El Nacional. Se referían a la escuela “Juan Bautista Castro”, de El Llanito. Eso fue esta semana. No es extraño que casos como este se repitan en todo el país, pues Venezuela se está quedando sin docentes. La situación es, de verdad, de emergencia.

Hace pocos días, el profesor Tulio Ramírez, director del Doctorado en Educación de la UCAB, hizo público unos datos reseñados por varios medios, referidos a la gravedad del problema; mencionaremos algunos de ellos.

En el 2008, las principales universidades formadoras de docentes (UPEL, UCV, UCAB) contaban aproximadamente con 110.000 estudiantes en carreras de Educación; para el 2022 esta cifra descendió a 29.723.

Los datos del profesor Ramírez también tienen que ver con el desplome de nuevos ingresos: una reducción del 87% al pasar de 31.000 a poco menos de 4.000 inscritos. Igualmente es preocupante el número de graduados: en el 2008 egresaron 14.900, mientras que en el 2022 sólo 1.749 obtuvieron el título, advirtiendo que, si esta tendencia sigue, en el 2.032 las universidades no deberían estar graduando ni un solo estudiante.

Les comento que he  ayudado a crear más de 20 centros educativos de Fe y Alegría, en el estado Zulia y en Bolívar. Unos cuantos los iniciamos sin local: en las casas de vecinos, algunos en zonas indígenas (en churuatas construidas por las familias), en locales de capillas… Los alumnos llevan sus sillitas cada día, pero, eso sí, ¡con maestros! Sin educadores no hay escuela posible; la tecnología puede ayudar, pero el maestro es imprescindible, aquí y en todo el mundo.

Durante la pandemia, cuando se suspendieron las clases presenciales, ahí estaban los docentes, elaborando guías para los alumnos, corrigiendo tareas… ¡Y online, también se necesitan docentes que preparen esas clases a distancia, que acompañen socioafectivamente a los estudiantes! Y aquí en Venezuela, ese acompañamiento especial a los miles de “niños dejados atrás”, esos que no son abandonados, pero cuyos padres se han ido del país o a las minas, buscando futuro para sus hijos. Para estos estudiantes (niños, niñas o adolescentes), el acompañamiento de los educadores es súper importante.

El déficit de docentes en el país está entre 50 y 60%, según Belkis Bolívar, de la Federación Venezolana de Maestros. Solemos preguntar en las actividades que realizamos con docentes o con madres si en los centros educativos donde están vinculados está completa la plantilla y casi nadie levanta la mano.

¿Qué se puede hacer para parar esta tragedia anunciada? Dado que la principal causa de esta escasez de educadores tiene que ver con los bajísimos salarios de los que trabajan en escuelas públicas (que representan cerca de un 75%): los más bajos de América Latina, más bajos que los de Haití (el país más pobre de Latinoamérica) y los de Cuba. Lo primero es seguir exigiendo salarios decentes para los docentes. Con esos ingresos no se le puede pedir a ningún profesional, a ningún ciudadano, que persevere y menos que lo haga con felicidad, algo tan necesario en la docencia. Tampoco se le puede pedir a un joven bachiller que estudie Educación para que “pase hambre”, por eso los pocos ingresos en dicha carrera universitaria.  Hay que pedir a las autoridades, quienes manejan los recursos públicos, que se cumpla con el artículo 103 de la Constitución, ese que reza que “toda persona tiene derecho a una educación integral de calidad (…) y el Estado realizará una inversión prioritaria”. Hay que exigir que se respete el artículo 91 de la CRBV, que indica: “Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y para su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales”.   O sea, es necesario seguir exigiendo esto, acompañar a los gremios, mencionarlo cuando se hable de educación, desde cualquier dimensión.

Igualmente, es importante valorar socialmente la profesión docente, tanto las familias beneficiarias como los empresarios, los medios de comunicación… Resaltar historias que nos hablen de esos “héroes sin capa” (educadores que perseveran a pesar de esas condiciones). Es decir, “hay que lograr una gran alianza para educar y dar esperanza”.

Otra estrategia es incentivar a los jóvenes a estudiar Educación, apadrinándolos en sus estudios.  Fe y Alegría tiene institutos universitarios (como los de Catia, San Francisco en el estado Zulia y Barquisimeto) donde se ofertan carreras de Educación en las menciones de Integral, Inicial y Especial,

Para paliar un poco la situación, en algunos de esos Institutos Universitarios, como el de Barquisimeto, por ejemplo, se ofrece la posibilidad de obtener el componente docente para esos profesionales de otras carreras que quieran trabajar en Educación.

Ayuda también a mantener iniciativas de formación y actualización para los docentes activos. Conocer experiencias exitosas, tener más herramientas para educar con eficacia y sin aburrir…

En fin, mucho que hacer, siempre recordando que: sin maestros no hay escuela; sin escuela los niños, niñas y adolescentes no tienen ni presente ni futuro; que ningún país ha salido de su crisis sin educación. Recordar a Malala, la Premio Nobel de la Paz más joven de la historia, que dijo: “Un niño, un maestro, un libro y un lápiz pueden salvar el mundo”.

 

Luisa Pernalete