Hace unos días el papa León XIV, en una de sus “catequesis de los miércoles” en la plaza de San Pedro, habló sobre la compasión, necesaria y urgente (lo de urgente lo ponemos nosotros). Dijo que “antes que ser creyentes, estamos llamados a ser humanos”. Sólo eso ya supone una gran reflexión para los que nos consideramos “creyentes”. Y agregó el Papa que, “Antes que un acto religioso, la compasión es un acto de humanidad”.
Así fue dando detalles de los encuentros que los humanos debemos tener hoy: “Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y se puede decidir entre el acercarse a ese otro o hacer como si nada”. Toda la reflexión muy interesante hace que uno piense. Solo recogimos algunos elementos, muy pertinentes para toda la humanidad, pero ¿qué tal si la aplicamos aquí, a los venezolanos? “La compasión requiere de gestos concretos”.
Recordó la parábola del buen samaritano, donde se relata que un hombre iba a Jericó, siendo abordado en la carretera por unos maleantes, quienes lo atracan, golpean y lo dejan casi muerto tirado en el camino. Pasaron un sacerdote y un levita, pero iban con mucha prisa, asuntos “muy importantes” para ellos, ¡más importantes que ayudar a ese hombre moribundo! Luego pasó un samaritano, para aquel tiempo, una persona de un pueblo considerado despreciable, y ese sí se detuvo frente al herido, le ayudó y curó, se hizo cargo, pues. El samaritano fue compasivo, se comportó de manera humana con ese “hermano” que no conocía, pero tuvo compasión y actuó.
Esa parábola siempre nos debe ayudar a reflexionar sobre cómo nos estamos comportando los venezolanos (creyentes o no) ante tantos “heridos” que están en nuestros caminos. Basta con mirar una esquina en alguna avenida de cualquier ciudad: niños, adolescentes, jóvenes y adultos ofreciendo limpiar los parabrisas de los carros para poder comer; discapacitados en sillas de ruedas vendiendo chucherías ante la orfandad de no poder caminar; madres pidiendo con hijos pequeños que deberían estar en las escuelas estudiando; ancianos y jóvenes hurgando en bolsas de basura para conseguir algo de comida, como los que se ven a escasos metros del Ministerio del Poder Popular para la Educación en Caracas… Mucha gente pasa al lado de todos estos “heridos” y la mayoría, como el sacerdote y el levita, con tanta prisa que no se detienen ante alguno de esos “heridos”.
Añadamos otros “hermanos heridos”, que no están en las calles, como es el caso de los ancianos sumidos en la soledad ante la salida del país de sus hijos, nietos… En un informe reciente de la asociación civil Convite, citado por Euseglimar Gonzáles (La Prensa de Lara, 28/05/25, p.2), se destacan las precarias condiciones de muchos adultos mayores en Venezuela que sufren de ansiedad y tristeza, aunque tengan algún apoyo familiar e incluso si reciben remesas. Datos como que, en el 2020, según Convite, aproximadamente 600 mil adultos mayores vivían solos en nuestro país. Las cifras varían según los estados; no obstante, lo cierto es que la soledad está dentro de los sufrimientos que hieren a muchos venezolanos, con pensiones que ya sabemos que no alcanzan ni para comprar lágrimas artificiales.
Las “prisas” de esta vida llena de preocupaciones y carreras nos pueden volver ciegos ante muchos heridos tendidos en el camino.
No olvidemos a los “heridos” de la propia familia. Muchos niños, niñas y adolescentes se están sintiendo muy solos y abandonados a pesar de tener familia; muchos dejados en manos de los celulares, tabletas… “Escúchame con los ojos”, me contó una madre que su hijo de 9 años le había dicho a su papá, el cual no soltaba su celular mientras el pequeño le explicaba algo que le había pasado en el colegio. Los hijos son “el prójimo” de los padres. La compasión con ellos es urgente también.
Volviendo a las palabras del Papa: la compasión nos humaniza, la compasión requiere de gestos. Saludar a esos ancianos solitarios, visitarles y escucharles, extender la mano a esos hambrientos que están en la calle, sonreír a quienes nos atienden, ya es ser humano y compasivo.
Una amiga me comentaba el otro día que, durante algunos días de la semana, cuando sale a hacer diligencias, le lleva una fruta o una arepa a un anciano que está en silla de ruedas, pues sabe que duerme en la calle, en el pasillo de un centro comercial. Ella siempre anda apurada con mil tareas, pero se preguntó cuántos minutos podía tardar en acercarse con una fruta o cualquier alimento a ese señor enfermo y se contestó que eran pocos. Me dijo que cuando la ve, el señor le sonríe, ¡esa es su manera de agradecer!
Ciertamente hacen falta “samaritanos”. Hay mucha gente buena que tal vez, con una pequeña reflexión, se sume a ser “samaritanos” y no se comporte como aquel sacerdote y el levita de la parábola mencionada. Seguro que usted encontrará algún gesto concreto de compasión ante tantos heridos en el camino. No podemos arreglarlo todo, pero sí dulcificar los días de algunos de ellos, mientras también nos ocupamos de mirar más a largo plazo e ir reconstruyendo el tejido social venezolano.
Luisa Pernalete