La finalidad de una educación humanizadora no puede ser otra que el desarrollo pleno e integral de la persona. Se trata, en palabras de Mounier, de despertar al ser humano que todos llevamos dentro, educación que nos ayude a construir la personalidad y encauzar nuestra vocación en el mundo.
Los seres humanos somos los únicos que podemos decidir cómo ser. Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. La vida es un viaje y cada quien decide su destino: podemos ir a la cumbre o al abismo. Podemos hacer de la vida un jardín de flores o un estercolero de inmundicia. En nuestras manos está la posibilidad de gastarla en la banalidad y la mediocridad o de llenarla de plenitud y de sentido, la posibilidad de vivir dando vida o negando o destruyendo la vida.
Hoy, sin embargo, son muy pocos los que se atreven a plantearse con seriedad hacer el camino de su vida y caminarlo con honestidad y responsabilidad. Piensan que vivir es seguir rutinariamente los caminos que marcan las modas, las propagandas, el mercado, las costumbres, los dirigentes…El conformismo, el gregarismo y la imitación se imponen a través de la publicidad, el consumo, los medios de comunicación, las estructuras de poder. Se hace lo que hace la mayoría, lo que nos indican que hay que hacer.
Necesitamos con urgencia, en consecuencia, una educación que nos enseñe a asumir la vida como tarea, como proyecto. El proyecto debe responder a la propia vocación, al sueño que uno tiene de sí mismo, anticipar la persona plena que uno puede llegar a ser. En consecuencia, educar es ayudar a conocerse, valorarse y emprender con honestidad y radicalidad el camino de la propia realización. El único conocimiento realmente importante es el conocimiento de sí mismo: “Conócete, quiérete, sé tú mismo, atrévete a vivir, a ser libre y a amar”, se convierte en el objetivo esencial de toda genuina educación. Lamentablemente, la mayor parte de la gente se la pasa hoy huyendo de sí mismos, del compromiso, de la vida. Le tienen miedo a la libertad y al verdadero amor. Por eso, confunden la libertad con su opuesto: la total dependencia, la esclavitud al ansia de poder o de tener; y al amor que es donación y salida de sí, lo confunden con la posesión y el dominio.
La educación se presenta como un largo viaje, de toda la vida, hacia la conquista de una persona integral, multidimensional y ecológica, es decir, que vive en equilibrio consigo misma, con los demás y con la naturaleza. Esta concepción de educación necesita de una pedagogía capaz de desarrollar todas las dimensiones de la persona: el equilibrio psicológico, afectivo y social, las facultades de expresión y de comunicación, la capacidad inventiva y creativa, el hábito científico y crítico, el más amplio espíritu de sociabilidad y humanidad, la apertura a la trascendencia y la vivencia de una espiritualidad madura y encarnada. Es una pedagogía que combate todo tipo de discriminación, dogmatismo y adoctrinamiento, que impiden o mutilan el desarrollo pleno e integral de la persona.
Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])
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