No podemos olvidar que el conflicto en sí no es malo. Es expresión de la diversidad de intereses, ideas y puntos de vista. Por ello, en cualquier relación humana surgen los conflictos. Hay conflictos de pareja y con los hijos, conflictos con los vecinos, conflictos políticos. Por ello, debemos aprender a vivir con ellos y asumirlos con una actitud positiva. Los conflictos, como las crisis, pueden ser oportunidades excelentes para crecer, para salir robustecidos, para aprender, para mejorar las relaciones. La calidad de una institución no se determina por si tiene o no conflictos, sino por el modo de resolverlos.
Por considerar que los conflictos son negativos, la mayor parte de las personas les tienen miedo. Por ello, en vez de enfrentarlos e intentar resolverlos y convertirlos en oportunidades de crecimiento, adoptan una de estas dos actitudes: recurren a la fuerza, el poder o la violencia para aplastarlos; o se inhiben, los dejan pasar sin enfrentarlos. Estas actitudes no resuelven el conflicto ni permiten que las personas crezcan.
Cuando surge un conflicto, la verdad no suele estar toda en una de las partes. Ambas pueden tener parte de razón, pues cada uno ve su situación desde su punto de vista particular. De ahí la necesidad de abrirse a un diálogo sincero, que supone escuchar al otro para comprender sus razones. Escuchar antes de opinar, de juzgar, de descalificar. Escuchar viene del latín: auscultare, término que se lo ha apropiado la medicina, y denota atención y concentración para entender y ayudar. Escuchar, en consecuencia, las palabras y los gestos, los silencios, los gritos de la inseguridad y el miedo. Escuchar lo que se dice y lo que se calla y cómo se dice y por qué se calla. Escuchar también las acciones, la vida, que con frecuencia niegan lo que se proclama en los discursos: “El ruido de lo que eres y haces no me deja escuchar lo que me dices”.
Escuchar para dialogar. El diálogo exige respeto al otro, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad. El que cree que posee la verdad no escucha, sino que la impone, pero una verdad impuesta deja de ser verdad. Si yo sólo escucho al que piensa como yo, no estoy escuchando realmente, sino que me estoy escuchando en el otro. El diálogo supone búsqueda, disposición a cambiar, a “dejarse tocar” por la palabra del otro. En palabras del poeta Antonio Machado: “Tu verdad, no; la verdad. Deja la tuya y ven conmigo a buscarla”. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad, que detesta la mentira.
En política, es inconcebible la democracia sin conflictos. Si la democracia es un poema de la diversidad, los conflictos son parte constitutiva de ella. Lo malo puede venir del modo como intentemos resolverlos. Ya desde Aristóteles y los pensadores griegos, el arte de la política consistía en resolver los conflictos mediante la palabra (Parlamento viene de parlar, hablar), el diálogo, la negociación, desechando cualquier recurso a la violencia, que es lo propio de los pueblos primitivos y de las personas inmaduras. Mandar en vez de persuadir eran formas prepolíticas, típicas de déspotas y tiranos.
Cuando los conflictos se tornan graves, es necesario convencerse de que no hay alternativa al diálogo y la negociación, y que la verdad está siempre en el acuerdo. Optar por la violencia es elegir caminos deshumanizadores.
Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])
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