El 27 de junio se celebro el Día del Periodista en Venezuela, ese profesional que no tiene días libres y que cumple con grandes funciones en esta época. Justo es reconocer su trabajo y hacer visible su labor, que va más allá de narrar noticias. En este día nos toca a los ciudadanos escribir sobre ellos:  es una buena oportunidad para  reconocer el trabajo de esos profesionales que siempre escriben para nosotros y que sean ellos noticia.

Los comunicadores sociales, comencemos por ahí, no son meros “narradores de noticias”.  Les toca buscarlas, discernir, saber preguntar, se arriesgan por encontrar las noticias.  Cuando preguntan hacen un servicio para nosotros, los ciudadanos que necesitamos estar informados.

En estos tiempos de pandemia, hay que subrayarlo, es un peligro para esos comunicadores que hacen de reporteros estar  donde ocurren los sucesos, ya sea una protesta,  un crimen o una denuncia:  deben ir donde ocurren los hechos, nada de sólo hacer mercado o comprar una medicina. La agenda del reportero se la hacen, no elige ir o no ir. Yo valoro esa disposición y ese riesgo también.

Además del reportero que va hasta el sitio donde ocurre el hecho y está la noticia,      existe además el que discierne para profundizar un tema que puede orientar a muchos lectores.  El otro día, por ejemplo, me llamó una chica, una periodista, que estaba haciendo un trabajo sobre el suicidio en niños y adolescentes en Venezuela. El tema ya suponía dos cosas:  la primera era estar bien informada -CECODAP, por ejemplo, había alertado sobre el peligro del incremento de intentos de suicidios en NNA-  y la otra supone sensibilidad. Por supuesto, profundizar en un tema  requiere ser detective, rastrear pistas, perseverar porque no siempre se consiguen los datos en la primera puerta que se toca.   Desde que se plantean el tema hasta que logran hacer el trabajo, hay un camino que recorrer.

De igual manera, están los que miran más allá:  “¿y qué puede pasar si…?”  Ya sea para alertar o para buscar soluciones, no se contentan con recoger lo que ya sucedió, piensan en los posibles futuros escenarios.

¿Y qué me dicen de los que usan sus dos ojos? El que mira el drama, la tragedia (que hay bastante en el país)  y el que descubre lo que yo llamo “velitas en medio del apagón”. Esos testimonios de personas u organizaciones que extienden su mano para ayudar a otros, esos héroes anónimos que brindan desde sonrisas hasta verdaderos “salvavidas” a los demás.  Detectar y socializar esas velitas contribuye a sembrar esperanza, tan necesaria en una sociedad abrumada por los problemas, esos que vienen de la emergencia humanitaria compleja, aunados a los generados por la pandemia, más el deterioro generalizado de los servicios públicos.  Esas “velitas en medio del apagón”, hechas visibles por periodistas, son de una gran ayuda.

Hay que recordarles a los periodistas el poder que tienen para crear corrientes de opinión entre los ciudadanos:  pueden inclinar a grupos a favor o en contra de una causa;   alertar e infundir ánimo para acciones constructivas. La responsabilidad es muy grande,   dado que dicho poder es enorme.

Esos profesionales regalan mucha alegría cuando dan buenas noticias. Recuerdo cuando vivía en Guayana y algún periódico local sacaba información positiva de las comunidades populares, la nota se recortaba y se exhibía en la cartelera de las escuelas o de la iglesia de la comunidad.  Esto  elevaba el ánimo, subía la autoestima, servía de ejemplo positivo y contagio para otros sectores con problemas similares.

En estos tiempos de pandemia y de cierre de medios impresos, a los periodistas les ha tocado reinventarse. Admiro su capacidad de resiliencia. Si les bloquearon el portal, ¡consiguen un camino alternativo! Que cerraron la edición impresa, ¡pues lo hacen digital!  Que se fue la luz en plena entrevista por zoom, ¡llaman por teléfono!  Siempre tienen una salida.

Merecen una mención especial esos periodistas que luchan por el derecho a la libertad de expresión, lo hacen tanto por ellos que tienen la labor de informar como por nosotros, que tenemos el derecho a ser informacdos.

Podíamos seguir hablando de las grandes responsabilidades de los comunicadores sociales y del gran servicio que hacen, pero por lo pronto, valgan estas líneas como un agradecimiento a su trabajo y los deseos para que tengan la fortaleza de perseverar.