Pasaron las elecciones y tenemos que seguir enfrentando la emergencia humanitaria compleja, simultáneamente con la pandemia y todos esos dramas que ya conocemos.  Es como para cansarse, pero hay un país que no se detiene, especialmente porque existen signos de solidaridad y perseverancia que le dan ánimos a uno para seguir construyendo un país con esperanza, siempre con cable a tierra, pero sin dejar de caminar, sin acostumbrarnos al “es normal que las cosas estén mal”. Sobre algunos de esos signos que animan escribo.

“Le cuento, profe, que me dio paludismo y no pude integrarme a clases el día convenido, pero ya estoy mejor y ya estamos organizando el taller de cuadernos ecológicos con maestras y madres y padres del núcleo.  Usted sabe que este sector está lejos de librerías y además los cuadernos están tan caros que las familias no pueden comprarlos. Nosotros los hacemos aquí.  Las hojas limpias nos la regala gente buena, la pega la hacemos con yuca, ecológica también… y todo el mundo sale con sus cuadernos para sus hijos y para los hijos de otros”.  Mensaje de comienzo de año escolar de la maestra Belkis, de un núcleo rural de Fe y Alegría en el estado Bolívar.

Pero las historias de esta maestra no terminan con su taller de cuadernos ecológicos. Al día siguiente me cuenta que ya está organizando un arepazo para el sábado y así ayudar a unos niños que no comen todos los días.  ¡Ella conoce muy bien a los chiquillos de la comunidad!  Y para finalizar me comenta que están haciendo una rifa para realizar algunas actividades en el Club de abuelos que anima, conjuntamente con su familia.  ¡No se cansa esa maestra! Cuando voy perdiendo fuerzas, me acuerdo de Belkis y es como si me inyectaran vitaminas.

“Profesora, la compañera Jeny está buscando una medicina para su papá que tiene Covid.  ¿Usted sabrá de alguien que la pueda donar?” Inmediatamente hice un par de llamadas y me dieron el teléfono de una fundación que dona medicinas en Maracaibo, la ciudad donde vive Jeny.  La gente dispuesta a ayudar generosamente, sino es con todo, con algo que igual mitiga el sufrimiento de las personas.  De paso se ponen a la orden para otra ocasión.

“Las ramificaciones de la solidaridad han aumentado”, lo comentaba en estos días uno de esos corresponsales extranjeros que vinieron a cubrir las elecciones y que había vivido en Venezuela hace unos años.  “Estoy impresionado de la cantidad de gente solidaria, en todos los estratos. El país está muy deteriorado, pero ha crecido la solidaridad entre la gente.”  ¡Y eso es verdad, porque me consta!  El caso de la medicina es solo un ejemplo de esta semana pasada, pero uno ve solidaridad por todas partes.

Y ahora tienen que conocer a Abel, ¡todo un personaje! Tiene 23 años.  Es abogado, se graduó en LUZ con uno de los mejores promedios de su promoción.  Hizo su servicio comunitario en el Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín en Maracaibo, dando charlas sobre la Ley Orgánica sobre el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, y quedaron los vínculos.  Abel es invidente, nació con una enfermedad que le hizo perder la visión siendo niño.  Es súper inteligente;  toca saxofón;  canta maravillosamente;  es líder de una organización para invidentes.  El día  que escribo estas líneas recibo un mensaje de Abel:  la Federación Venezolana de Instituciones de Ciegos (FEVIC) ha organizado un foro virtual sobre el tema “La autovaloración femenina”.  Siempre está animado y pensando más allá, siempre con un proyecto en puertas. Una persona como él da fuerzas para seguir caminando.

¿Y qué me dicen de los maestros que perseveran a pesar de las dificultades?  En estos días hablé con Edward, subdirector de un colegio de Fe y Alegría al oeste de Barquisimeto. “Ya no uso la bicicleta para ir al liceo, porque estoy muy cansado, pero con el trabajo que tengo en la tarde, en una pizzería, subsidio mi trabajo en educación. No puedo dejar a los muchachos”. ¿Qué les parece?  Conozco un montón de docentes que, como él, subsidian su labor realizando otro trabajo.

Menciono también a esos maestros que ya están pensando cómo animar a sus estudiantes para diciembre, porque saben que esta cuarentena prolongada, la tristeza e incluso la ansiedad han invadido a sus alumnos, tanto niños como adolescentes. No cesan de inventar.  Por eso está bien merecido el premio de Opus Prize recientemente otorgado, en alianza con la Universidad Loyola de Chicago, a Fe y Alegría por ser una institución educativa innovadora y por la forma de enfrentar problemas actuales.  El premio, como bien lo dijo el padre Manuel Aristorena, director nacional del Movimiento, es para todo el personal. Y eso sin dejar de exigir salarios decentes para los docentes de los colegios subsidiados. 

¿Se han dado cuenta ustedes de la cantidad de actividades formativas on line que hay y de las iniciativas favor de los derechos humanos, de la paz, de ayudas humanitarias? Unas pequeñas, otras más grandes… Foros, seminarios, cursos cortos.  De hecho, cuando escribo estas líneas, recibo un mensaje de una compañera del Táchira:  se ha conformado una red de Mujeres Constructoras de Paz, auspiciada por la Red-ialogo y tenían, por el Día Mundial de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una primera actividad… El trabajo en red acompaña, anima, ayuda y, aunque no se participe en cuanta actividad se organice, uno se alegra  que existan tantas.

Es posible que me tilden de ingenua.  Ya “comeflor” es un calificativo que me he ganado y a mucha honra -es preferible ser comeflor y regalar flores, que ser come candela y andar echando fuego por ahí-, pero, tengo mi cable a tierra. Este país está muy mal y necesitamos irlo construyendo paso a paso, día a día, mirando lo cercano y mirando más allá.  Las velitas, en pleno apagón, ayudan para seguir caminando junto a otros, escuchando, proponiendo, exigiendo a quien haya que exigir.  ¿No se anima usted?