Muchos asocian la felicidad con el dinero, el éxito, el poder, la fama. Evidentemente, con dinero se pueden comprar muchas cosas y vivir más cómodamente, y nadie debería recibir un sueldo que no le permita vivir con dignidad, pero nada importante como el amor, la libertad o la felicidad se consigue con dinero. El poder suele convertirse en una especie de droga que enferma a las personas y termina esclavizándolas, pues cuanto más poder tienen, más poder necesitan. Algunos, esclavos de su poder, terminan llevando a sus pueblos a la destrucción e incluso a la muerte. El éxito y la fama suelen ser pasajeros, y si no son bien administrados, terminan por ahogar a las personas en una vida trivial y hueca, que les deja el corazón lleno de temores, soledad y angustias.
Alicia Godina Carrillo nos recuerda la historia de un hombre que oyó decir que la felicidad era un tesoro. A partir de aquel instante comenzó a buscarla. Primero se aventuró por el placer y por todo lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después por la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del placer, del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba al alcance de su mano.
En un recodo del camino vio un letrero que decía: «Te quedan dos meses de vida.” Aquel hombre, cansado y desgastado por los sinsabores de la vida, sin haber logrado encontrar la felicidad, se dijo: “Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida, con las personas que me rodean”.
Y aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días encontró que, dentro de sí mismo, en su interior, en lo que podía compartir, en el tiempo que dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo por servir, estaba el tesoro que tanto había deseado. Comprendió que para ser feliz se necesita amar; aceptar la vida como viene; disfrutar de lo pequeño y de lo grande; conocerse a sí mismo y aceptarse como uno es; sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar; tener razones para vivir y esperar, y también ideales y razones para morir y descansar. Comprendió que la felicidad consiste en hacer algo que merezca la pena con la propia vida: algo grande y positivo. Un buen lema para alcanzar la felicidad podría ser: buscar en todo la excelencia, hacer el bien y hacerlo bien, elegir siempre lo mejor, lo que traiga bienestar a los demás. Buscar valores que le den calidad a la vida, en medio de una sociedad repleta de avances científicos y tecnológicos pero que en lo humano se va deteriorando cada vez más. Entendió que la felicidad brota en el corazón, con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión. Que son instantes y momentos de plenitud y bienestar; que la felicidad está unida y ligada a la forma de ver a la gente y de relacionarse con ella; que siempre está de salida y que para tenerla hay que gozar de paz interior. Finalmente descubrió que sólo Dios es la fuente suprema de la alegría, por ser Dios amor, bondad, reconciliación, perdón y donación total.
Y en su mente recordó aquella sentencia que dice: “¡Cuánto gozamos con lo poco que tenemos, y cuánto sufrimos por lo mucho que anhelamos!» Por ello, sería conveniente que empezáramos a tomar en serio algunas de las Bienaventuranzas que nos propone Alicia Godina:
-Felices los que saben reírse de sí mismos, porque tendrán diversión toda la vida.
– Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
– Felices los que están atentos a las necesidades de los demás sin sentirse indispensables, porque serán portadores de alegría.
– Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino estará lleno de sol.
-Felices los que son capaces de interpretar con benevolencia las actitudes de los demás, porque conocen el valor de la caridad.
– Felices los que saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran, porque habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
Por Antonio Pérez Esclarín ([email protected])
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