armVenezuela se ha convertido  en uno de los países más violentos del mundo. Según los datos del Observatorio Venezolano de Violencia, sólo Honduras superó en 2014 la tasa de homicidios de Venezuela. Si el promedio mundial es de algo más de 8 asesinatos por cada 100.000 habitantes, en Venezuela la tasa alcanzó la cifra de  82, casi el doble de países considerados muy violentos como México o Colombia. En el año que acaba de terminar 24.980 venezolanos fueron asesinados. Es como si se llenara de víctimas uno de los principales estadios de béisbol profesional, lo que equivale, en promedio, a un asesinato cada 22 minutos.

Vivimos una especie de guerra civil no declarada donde los venezolanos nos matamos con saña y, con frecuencia, por  motivos  fútiles. Todo sube de precio en  Venezuela menos la vida humana que cada vez vale menos. Se puede matar por unos zapatos, por una bicicleta, por un celular, o simplemente porque no llevabas plata, te resististe o me miraste feo. Estamos tan aplastados por la violencia que consideramos un alivio ser robado o asaltado y salir con vida o sin ser violado o golpeado.  La violencia no respeta ideologías, razas, religiones, partidos, clases sociales y se ceba con saña y cada día con mayor voracidad sobre todo entre los jóvenes.. Si lo normal en la vida es que los jóvenes entierren a los ancianos  y los hijos a los padres,  en Venezuela es cada vez más frecuente que los mayores entierren a los  jóvenes y los padres entierren a los hijos.  La violencia es omnipresente y no sólo hemos perdido  parques, plazas, playas  y calles que han sido tomadas por la delincuencia, sino que ya ni las iglesias, las escuelas, los  hogares, los hospitales, los autobuses…  son lugares seguros donde uno puede refugiarse  de la violencia.

A la violencia delicuencial debimos añadir en 2014 la violencia política. El primer semestre de 2014 estuvo signado por la irracional confrontación entre los actores de la salida y la fuerza pública con saldos de muertes, torturas, prisioneros políticos, desorden público, destrucción de infraestructuras y una atmósfera de miedo e incertidumbre.

A pesar de que, cada cierto tiempo, se anuncia con bombos y platillos un nuevo plan de seguridad que ahora sí va a acabar con la violencia, las políticas del Estado no están logrando resultados positivos.  Y no los lograrán mientras el Estado no se decida a emprender   una cruzada valiente para acabar con la impunidad que exige como mínimo una reforma profunda del Poder Judicial y del sistema penitenciario, pues desde las cárceles se ordenan y organizan gran parte de los asesinatos. Sería también necesaria una verdadera purificación de los cuerpos policiales, y   el desarme de los colectivos armados y la sociedad en general.

En los últimos días del  año observamos alarmados y muy tristes las maniobras del Gobierno para seguir dominando todos los poderes y privilegiar a sus adeptos, lo que evidencia que no hay la menor voluntad política de rectificar. Mientras no haya verdadera autonomía de los poderes y todos tengamos plena confianza en la imparcialidad y probidad de los que ocupan  los cargos públicos más importantes, será imposible acabar con la impunidad y la inseguridad.

                   Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])

                                        @pesclarin  www.antonioperezesclarin.com