“¡No llores!… ¡Los niños no lloran!… Si te pegan en el colegio, devuelve el golpe.” ¿Cuántas veces escuchó estas expresiones en su infancia? No quisiera preguntarle si usted, padre o madre, se las dicho a sus hijos, sobre todo a los pequeños. Y si es educador o educadora es posible que, ante el llanto de un niño o la queja de un alumno porque “fulanito me está molestando”, probablemente no haya pensado en lo terrible que es el acoso escolar y le ha dicho a algún estudiante “no le haga caso, es una tontería”. Tontería para usted que es adulto, pero para un niño o niña de corta edad, una burla, un chalequeo, puede ser fatal y herirlos.

Todo esto viene a cuento porque febrero es el mes del “amor y la amistad”. Si bien sabemos el contenido comercial de estas celebraciones, también nos ofrece una buena oportunidad para abordar la importancia y necesidad de la educación emocional tanto en el hogar como en la escuela. Las emociones y los sentimientos se educan. Para tener amistades sanas igualmente hay que educar, es decir, ¡para relacionarse fraternalmente, pues! Se enseña y se aprende.

Quiero insistir que la educación emocional es una tarea, una responsabilidad tanto del hogar como de la escuela, por ello debe haber coherencia entre ambas instituciones. Cuando hay mensajes contrarios eso genera confusión, especialmente en los más pequeños. ¿Cuál mensaje deben seguir? Recordemos que de 0 a 7 años se aprende por imitación, entonces hay que cuidar lo que se dice y, principalmente, lo que se hace. El ejemplo educa. Si quiere hijos o alumnos amables, sea amable: la amabilidad se contagia. Ahora si usted grita, tendrá hijos y/o alumnos gritones.

Lo primero es aprender que las emociones y los sentimientos hay que saberlos reconocer. Ponerle su nombre, algunos suelen disfrazarse como la rabia, el miedo… Recuerdo cuando hace años trabajé como voluntaria con una fundación que ayudaba a niños y adolescentes “huelepega”, de la calle y en una ocasión cuando uno de ellos ya estaba bastante recuperado, hasta un curso de mecánica había hecho en Fe y Alegría, le conseguimos trabajo en un taller. Le encantaba la mecánica. Todo iba bien en la entrevista hasta que el empleador le preguntó algunas cosas de su infancia (él había sido un niño abandonado), le dio miedo, se puso bravo y se fue. Luego resolvimos el conflicto, pero la psicóloga que nos asesoraba nos recomendó que les preguntáramos qué les daba miedo. Eso se volvió un consejo muy importante, porque ciertamente el miedo lo disfrazaban de rabia. Los adultos también disfrazamos sentimientos y emociones, inclusive en ocasiones terminamos pagándolas con quien no tiene ninguna responsabilidad. Entonces preguntemos a los hijos y a los alumnos qué están sintiendo.

Es importante, para tener relaciones sanas, que los niños -hijos o alumnos- tengan buena autoestima. Que puedan conocer sus dones, sus potencialidades, que tengan oportunidad de ver muchas ventanas para que se desarrollen, se quieran a sí mismos y que puedan decir “yo soy bueno para esto” o “yo soy capaz de hacer esto”. En las relaciones amistosas y en las de noviazgo si las personas tienen baja autoestima se dejarán violentar o irrespetar más fácilmente. Felicitarles por las buenas cosas que hacen desde reconocer lo bien que puso la mesa o esos dibujos que han hecho ponerlos en la cartelera del salón o en la nevera de la casa, si se trata de hijos, contribuye a elevar la autoestima. La gente de Psicología Positiva suele decir que son más eficaces los estímulos positivos que los negativos, incluso destacar algo tan sencillo como la sonrisa del otro o lo bien que le quedó el corte de pelo. No hay que perder ninguna oportunidad para decir algo bueno al otro. Esto vale igualmente para los adultos, pero es muy importante en el caso de los NNA dado que están construyéndose y que son muy sensibles ante lo que les puedan decir sus padres o sus maestros.

Enseñar el respeto mutuo, porque todos merecemos respeto. Nadie tiene derecho a irrespetar al otro. Esto tiene que ser la norma número 1 de convivencia tanto en el hogar como en la escuela. Debemos rechazar explícitamente cualquier irrespeto y recuerden nada de “es una tontería”. Parte de ese respeto es la importancia de no utilizar sobrenombres, a esto se suma esos que parecen que son de cariño como “gordita”, ya que esa “gordita” tiene su nombre. Es necesario recalcar que cada quien tiene su nombre y este tiene un valor. La escuela tiene que reforzar este elemento.

A lo anterior, súmele la habilidad de saber expresar una diferencia o hacer un reclamo. Respetar al otro, convivir pacíficamente, no significa que se debe aguantar o aceptar que el otro me ofenda o tener que decir si a todo. Saber quejarse de manera adecuada es una habilidad que se puede enseñar y es muy útil. Siempre se debe estar calmados -lo cual se aprende- y expresar que no te gustó de lo que el otro hizo o dijo. Que algo te moleste y sientas rabia es normal; lo que no es adecuado es reaccionar violentamente, ni verbal, físicamente, ni con amenazas. Hay que saber administrar la rabia pues, en caso contrario, puede llevar a la muerte.

Entre los adolescentes es importante tratar en clase temas como la amistad, la educación sexual y el noviazgo. Esto lo abordaré en otra columna, pero apunto que es tarea de la escuela en esa etapa donde los sentimientos y las hormonas se pueden salir de control, más en un país donde existe una alta tasa de embarazo temprano. También la violencia sexual se ha incrementado. Se debe enseñar a los NNA a prevenirla.

Termino con na cita de un libo que recomiendo, “Educar las emociones y los sentimientos” de M. Segura Morales y M. Arcas (2010), quienes describen a un amigo como: “… alguien con quien nos sentimos a gusto; alguien con quien nos gusta hablar, alguien con quien nos gusta compartir nuestras cosas; alguien que se preocupa por nosotros; alguien que nos hace sentir que valemos; alguien que nos ayuda cuando necesitamos, con quien siempre contamos; alguien que da la cara por nosotros; alguien a quien podemos contar nuestros secretos; alguien en quien podemos confiar de verdad; alguien que no nos miente; alguien que nos respeta y nunca quiere hacernos daño; alguien que nunca presiona para que hagamos lo que no queremos; alguien que nos dice la verdad cuando hacemos algo mal.” (pp. 88-89). ¡Esto da para más de una clase!

Vale la pena que eduquemos para la amistad. No sólo es necesario: educar las emociones desde niños en el hogar y en la escuela nos va a ayuda a reducir la violencia intrafamiliar y ¡también la escolar! Es una responsabilidad que no podemos delegar, aunque a los medios y a las autoridades hay que exigir que hagan lo suyo.

Segura M., M y Arcas, M. (2010). “Educar las emociones y los sentimientos”.  Narcea Ediciones, Madrid.