La semana pasada observamos una escena conmovedora: una señora le daba a una niña, de unos 7 años, un cuaderno y un lápiz. El rostro de admiración y la sonrisa de la pequeña eran como si le estuvieran regalando un juguete o algo muy grande; luego, fue igualmente tierno ver cómo se acercaba a un niño un poco mayor (que resultó ser su hermano) y le dijo: “Mira, un cuaderno y un lápiz nuevos”. La señora fue hasta su carro, buscó otro cuaderno y otro lápiz para regalárselo; el rostro se le iluminó. Escuchamos cuando la madre, que cuida carros en la cuadra, dio las gracias a la señora indicándole que los niños comenzaban clases el siguiente lunes y no tenían útiles.

La escena conmueve, no solo por los rostros de los niños, sino también porque uno sabe que hoy, como nos contaba una directora de un colegio de Fe y Alegría, las familias o compran útiles escolares o medicinas o comida.  ¡Es un drama tener que elegir!

Venezuela se ha ido empobreciendo: hoy es el país más desigual de América Latina. Su educación lleva años en emergencia, no solo por la exclusión escolar y, aunque no sabemos exactamente cuántos chamos en edad escolar están fuera de las aulas, pero están cerca de los 3 millones, ¡hasta el Ministro de Educación reconoce que hay muchos que abandonaron sus estudios! Desde hace tiempo no hay cifras oficiales de esa deserción. Pero están las que dan los gremios, las academias y las ONGs que investigan temas educativos. Y aun sin cifras, acérquese usted a una esquina, observe cuántos niños y adolescentes están en horario escolar ofreciendo limpiar vidrios o, simplemente, pidiendo.

Todo lo anterior a pesar de que, según el artículo 102 de nuestra Constitución, “La educación es un derecho humano y un deber social fundamental, es democrática, gratuita y obligatoria” y el Art. 103, “Toda persona tiene derecho a una educación integral de calidad (…) el Estado realizará una inversión prioritaria” para garantizar esa educación gratuita impartida en las instituciones del Estado. Pero, actualmente, la mayoría de las familias no pueden enviar a sus hijos a las escuelas, aunque lo deseen.

Además de los útiles necesarios y la alimentación, puesto que “la letra con hambre no entra”, está el tema de la calidad. Las autoridades han reconocido que falta calidad en nuestra educación; un primer paso para enfrentar este problema supone apoyo de la academia, realizar investigaciones para ver realmente el impacto de la educación, su pertinencia en estos tiempos de cambios acelerados, actualización de los educadores (no solo en tecnología, también educar por competencias, ver los cambios necesarios en el currículo…). Actualizarse para que la educación sea pertinente, tenga sentido para los estudiantes.

 Pero, ¿cómo pedir a los educadores que se actualicen si aquellos que aún permanecen laborando en sus centros educativos necesitan más de un trabajo para medio alimentar a sus familias?

Y aquí está el problema tal vez más grave de nuestra educación: no hay suficientes educadores ni siquiera para los estudiantes que están asistiendo a clases, mucho menos para atender a los que están fuera de las aulas cuando se reincorporen. ¡Es terrible! Sin maestros no hay educación, ni presencial ni online. Hay escuelas de Educación cerradas por falta de aspirantes; por ejemplo, en la UPEL se ha reducido dramáticamente el número de estudiantes en esta carrera.  Si seguimos como vamos, según Tulio Ramírez, quien es experto en temas educativos, para el 2031 no habrá ni un solo educador egresado de nuestras universidades. Si bien la UNESCO ha advertido que la falta de educadores es un drama mundial, en Venezuela llevamos años con renuncias, con reducciones de secciones por falta de docentes, con materias que simplemente no se dictan en los liceos porque no hay quien las imparta, como son las áreas de Matemáticas, Inglés, Química, Física, por poner solo un par de ejemplos. Y es que con esos salarios indignos, ¿cómo se puede pedir a un educador que persevere en las aulas?, ¿cómo se le pide a un bachiller que estudie Educación para que pase hambre?… Los educadores venezolanos tienen los salarios más bajos de toda América Latina, más bajos que los de Haití y Cuba.

Hace unas semanas, cuando preguntábamos a algunos directores qué soñaban para este nuevo año escolar, coincidían en señalar que querían aulas llenas y con suficientes docentes. “Que no renuncie nadie”, nos decía una directora.

Por eso la imperiosa necesidad de una inmensa alianza nacional para salvar la educación. Sin educación, ningún país sale de una crisis. La educación tiene que ser un tema prioritario. Hay comunicadores sociales que lo tienen siempre presente, hay empresarios y universidades que lo entienden, pero necesitamos que toda la sociedad venezolana lo vea.

 Salvar nuestra educación no es asunto solo mío; hace falta mucha gente; en ustedes yo confío.

Luisa Pernalete