En un mundo que nos invita al individualismo como medio para alcanzar la plenitud; que canibaliza nuestras relaciones e impone el darwinismo social y la sobrevivencia de los más fuertes, inescrupulosos o inmorales; que considera la violencia un medio eficaz de  resolver los conflictos y fomenta los enfrentamientos y las guerras; que pretende degradar a los ciudadanos a meros consumidores o clientes;  el objetivo esencial  de todos los programas educativos debe ser la formación de personas  libres, respetuosas y honestas, y de ciudadanos productivos, solidarios y comprometidos con el bien común.. 

Como ya lo afirmaron los filósofos griegos, el objetivo de la educación debe ser el conocimiento y valoración de sí mismo. Hoy  todo nos invita a vivir ajenos a nosotros, nos incapacita para adentrarnos en nuestra interioridad y escuchar las voces calladas de nuestra conciencia.  

La vida es un don que se nos regaló por puro amor, pero es también una tarea y deberíamos hacer de ella  una aventura apasionante. Nos dieron la vida, sin pedirla ni merecerla, pero no nos la dieron  hecha. Nos toca a nosotros vivir nuestras vidas de un modo  consciente y responsable, para desarrollar  nuestros talentos  y potencialidades. Los seres humanos siempre somos seres inacabados, proyectos inconclusos,  que estamos en posibilidad de cambiar, de  crecer, de ser cada vez más amables, más creativos, más serviciales, pero también más insensibles e inhumanos. Lamentablemente, hoy son muy pocos los que se   plantean cómo vivir y todavía son menos los que saben hacerlo. La mayoría vive de un modo rutinario, sin preguntas, sin atreverse a asomarse al misterio de sus vidas, sin tratar de labrar su propio camino. Hacen lo que todo el mundo hace o lo que les dicen que hay que hacer. Propiamente, no viven, son vividos por los demás: se dejan programar y  moldear por una cultura que promueve la acumulación, la sumisión, la superficialidad, las apariencias. De hecho, muchos nacen, viven y mueren sin haber estrenado sus vidas.

La vida de toda persona necesita de un norte, de un itinerario, de un ideal. No puede ser una  sucesión de días iguales y sin dirección. Cada persona ha de esforzarse en darle  sentido a su vida proponiéndose proyectos y metas que merezcan la pena y le levanten de la resignación, la superficialidad y el vacío. Para plantearse con valor qué hacer con la vida y vivirla de un modo consciente, para tomar las riendas y ser dueños de ella, es necesario tener el valor de responderse  con sinceridad algunas  preguntas claves: ¿Quién soy yo? ¿Cómo enfrento y vivo  mi vida? ¿Cuáles son las cosas que más aprecio y valoro?  ¿Cómo me gustaría ser? ¿Cómo son las personas que más admiro  y quiero? ¿En qué debo mejorar y cambiar? ¿El país y el mundo serían mejores o peores si todos fueran como yo? ¿Qué huellas voy a dejar  en la vida? ¿Cómo voy a ser recordado cuando muera? 

Hoy, desgraciadamente, se evaden preguntas como estas. Falta  coraje para hacerlas. Sin embargo, ser humano es hacerse preguntas  sobre la vida, sobre la muerte, sobre la felicidad. Sócrates decía que no merecía la pena una vida sin preguntas. Y  es muy difícil que una persona recorra su vida sin preguntarse por el sentido  de su existencia. Por muy rutinaria que sea su vida, por mucho que se esfuerce en bloquear estas preguntas, tarde o temprano brotarán en su alma, y la persona llegará a estremecerse al palpar vivamente  el misterio de su vida y la certeza de su muerte.

Por Antonio Pérez Esclarín  (pesclarin@gmail.com)
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