Palabras de Antonio Pérez Esclarín con motivo del reconocimiento por sus 40 años con Fe y Alegría.
Ser reconocidos por una serie de años de servicio, desde 10 hasta la heroicidad de 45, -y en mi caso 40-, es para mí (y espero que también para todos los compañeros homenajeados), en primer lugar, una excelente oportunidad para agradecer y, en segundo lugar, una ocasión muy propicia para, desde la necesaria mirada hacia atrás, plantearnos cómo seguir hoy cada vez más fieles a esa Fe y Alegría que acaba de cumplir 60 años.
El agradecimiento, por mi parte, es muy justo y necesario. No sé si habré aportado algo al Movimiento, pero ciertamente es mucho más lo que he recibido de él. En Fe y Alegría gesté una familia, amigos profundos, compañeros y compañeras de sueños y siembras, y en Fe y Alegría me fui haciendo educador, maestro. Fe y Alegría ha sido una energía permanente, un espíritu que ha avivado mis mejores sueños y ha alimentado mi decisión de hacer de mi vida una semilla de vida, una ocasión para sembrar esperanzas comprometidas, para tocar las puertas de los corazones de las personas y animarles a plantearse la vida en serio, haciendo de ella un regalo para los demás. Porque ser maestro, educador, -y lo repito con frecuencia- es algo más sublime e importante que enseñar matemáticas, inglés, computación, electricidad o tecnología. Ser maestro es formar personas, cincelar corazones, ofrecer los ojos para que los alumnos se miren en ellos y se vean valiosos y bellos y así puedan mirar la realidad sin miedo y a los demás con mirada cariñosa que respeta e incluye, que tiende puentes, que siembra cercanía y fraternidad. Los educadores somos arquitectos de personas, parteros del alma, médicos de corazones heridos y rotos. Educar es, en definitiva, continuar la obra creadora de Dios que creó a cada persona con amor y para la felicidad y necesita de nosotros para que su sueño se cumpla.
Pero no quiero detenerme en lo mucho que he –hemos- recibido ni en estas consideraciones tan repetidamente abordadas por mí, sino que quiero más bien enfatizar las tareas y retos que tenemos por delante. La mirada hacia atrás, al pasado, sólo tiene sentido si es “para agarrar impulso” y para gestar el nuevo futuro, la nueva Fe y Alegría, tarea de todos, pero sobre todo de los que no tienen tanta juventud acumulada como algunos de los que hoy hemos sido reconocidos.
Ello nos va a exigir ser más radicales. Radical significa volver a las raíces. Lo cual no indica que debemos mitificar a los fundadores o añorar los tiempos idos, sino que debemos volver a las fuentes y raíces donde ellos alimentaron su entrega y su coraje.
Y las raíces que nos pueden seguir nutriendo, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre, de profundo relativismo ético, e incluso de globalización de la desesperanza y desvergüenza, están clavadas en nuestro nombre y en nuestro logo: Fe, Alegría y un corazón que en todas partes simboliza el amor. Por ello, para los próximos sesenta años, me atrevo a proponerles un cambio profundo que se expresa en algo tan simple como un mero cambio de preposición: en lugar de “trabajo en Fe y Alegría”, que expresa un lugar, una institución, a “trabajo con Fe y Alegría” que vocea una actitud, un compromiso, un reto siempre nuevo. Desde hace un tiempo vengo repitiendo que la fe no consiste meramente en creer en Dios, sino en creer que Dios nos ama y que nos necesita. Seguir a Jesús es proseguir su misión, hacer nuestros sus valores, su modo de vida, trabajar apasionadamente por el reino, es decir una sociedad sobre los cimientos de la justicia, la fraternidad y el amor, donde los últimos son los primeros, no porque sean mejores, sino porque son los que más nos necesitan. Tenemos que convencernos de una vez que, si bien todos necesitamos de Dios, Él también necesita de nosotros, porque nuestros ojos son sus ojos para mirar a todos con respeto y con cariño; nuestras bocas son su boca para bendecir y agradecer y evitar toda palabra que ofende y divide; nuestros pies son sus pies para acudir al encuentro y el servicio de los golpeados y heridos en los caminos de la historia; porque Dios no tiene otras manos que las nuestras. Manos abiertas, no cerradas en puño que golpea, tendidas al necesitado, manos que acogen y ayudan, que acarician y aplauden los éxitos y triunfos del otro:
Aquel Pueblito había quedado destrozado con los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Una vez que terminó la guerra, los habitantes se dedicaron a reconstruir sus viviendas. Luego, entre todos, empezaron a levantar su iglesia que había quedado completamente destruida. Esa iglesia había estado presidida por un Cristo a quien todo el pueblo tenía una gran devoción. En los escombros de la iglesia encontraron piezas del Cristo, pero por ningún lugar aparecían las manos. El día de la reinauguración de la iglesia, todos acudieron con gran curiosidad a ver cómo había quedado el Cristo que tanto amaban. Cuando corrieron la sábana, vieron que el Cristo no tenía manos. Pero los escultores habían colocado un letrero que decía: “Yo no tengo manos, pero puedo contar con las tuyas”.
Aquel niño temblaba de frío frente al escaparate de una zapatería en Nueva York. El invierno era muy crudo, y el frío se colaba a sus pies por las suelas rotas de sus zapatos. El niño se puso a pedir en voz alta “Dios mío, tengo mucho frío. ¿Por qué no me regalas uno de esos zapatos?” Una mujer que pasaba por allí, oyó la oración del niño y le invitó a entrar en la tienda. La mujer le pidió al dependiente permiso para en una esquina lavarle los pies al niño, le eligió unas buenas medias de lana y le dijo: “Ahora, elige los zapatos que más te gustan”. El niño levantó sus ojos cuajados de lágrimas y le preguntó a la señora: “¿Es usted la esposa de Dios?
Necesariamente, la fe se convierte en esperanza y compromiso. Fe esperanzada y comprometida en las personas, en todas las personas, sobre todo en los más pobres y pequeños, que son los preferidos de Dios, y en consecuencia, son también nuestros preferidos.
Fe esperanzada y comprometida en Venezuela, este país bendito, lleno de encantos y prodigios, que Dios lo creó en una tarde que estaba especialmente feliz y lo dejó en nuestras manos para que sigamos recreándolo, humanizándolo, haciéndolo cada vez más hermoso, justo y fraternal.
Fe esperanzada y comprometida en la educación, como medio para transformar el país y el mundo, para construir el reino, la civilización del amor. El objetivo de Fe y Alegría no es abrir y mantener escuelas, emisoras, institutos universitarios, centros de capacitación laboral…Eso son sólo instrumentos para construir la nueva sociedad, para hacer eficaz nuestra respuesta de amor a los hermanos. Pero sólo contribuiremos de verdad a transformar la sociedad, si nos transformamos nosotros, si transformamos nuestros valores, nuestras estructuras, nuestro estilo de actuar y proceder.
Por ello, hoy, en estos tiempos de tanto pesimismo y desesperanza, quiero proponerles que volvamos con mayor radicalidad al reto que vocea la segunda palabra que nos da nombre: la Alegría. En Fe y Alegría hemos reflexionado bastante sobre la Fe, pero muy poco sobre la Alegría. Tenemos que intentar crear un nuevo concepto de alegría, en este mundo que la busca afiebradamente en el tener, en el prestigio, en el poder, en el placer, y que por ello causa y sufre de tanta soledad, tanta violencia, tanto aburrimiento. Alegría serena que es signo de paz interior, y de satisfacción en el trabajo. El reto es construir un clima de alegría y de felicidad según las Bienaventuranzas, el camino a la felicidad que nos propone Jesús. Hoy, la alegría profunda, que mana del corazón, del compromiso y de la entrega es subversiva. Nuestros centros y programas deben reflejar la verdadera alegría que se expresa en un estilo festivo, sencillo, austero; en un compañerismo cercano y positivo, donde todos nos sentimos valorados, apoyados y queridos; donde los que tienen poder lo utilizan sobre todo para empoderar, para hacer surgir a los demás; donde se vive en un ambiente de estímulo, de osadía, de entrega, de generosidad, de compromiso, de audacia. Alegría que combate la rutina y la desesperanza y todo lo que ocasiona tristeza, dolor, desánimo, pesimismo… Por ello, evita toda palabra o actitud desmotivadora, ofensiva, que siembra angustia o zozobra en el alma, que impide crecer y liberarse, que crea dependencia o sumisión, que construye prejuicios, barreras, división.
Una última palabra: En todas nuestras obras y programas aparece el corazón. Con frecuencia es un símbolo vacío, una rutina que seguimos pintando porque nos identifica Pero ¿nos atreveremos en los nuevos 60 años a trabajar con tesón y pasión para que ese corazón vocee un estilo e identifique a personas verdaderamente amorosas que se aman a sí mismas, aman lo que hacen y lo hacen con amor, aman a sus compañeros, aman a sus alumnos, en especial a los más carentes y necesitados? Sería una contradicción un centro, un programa, una emisora, con el corazón pintado en las paredes y en el que se haya enquistado la rutina, la flojera, el egoísmo, la división, la falta de compromiso y ética. No tendría sentido ponerse una franela con el corazón de Fe y Alegría y luego mantener actitudes o conductas rutinarias, descomprometidas, violentas, desestimulantes. Por ello, mi invitación es a trabajar con Fe Esperanzada y comprometida, con Alegría profunda que mana de adentro, y con Amor hecho servicio, que expresa la fe y es fuente de alegría.
Antonio Pérez Esclarín