Este mundo con grandes desigualdades, “con guerra a pedazos”, como decía el papa Francisco, en este país con tantas angustias y desconfianza entre los ciudadanos, como lo reportó la última encuesta de Psicodata (UCAB), sumada a la desesperanza que sigue generando migraciones, necesitamos de mucha santidad para alegrarnos e inspirarnos.

Se suele pensar que la santidad es para unos pocos, pero ella nos invita a todos; por ello nos parece importante que conozcamos a esos santos contemporáneos realmente inspiradores. No vamos a referirnos únicamente a nuestros primeros santos venezolanos, ya canonizados desde hace mucho tiempo por el pueblo, sino también a esos dos jóvenes canonizados oficialmente el pasado 7 de septiembre.

Me parece útil pensar en Pier Giorgio Frasseti, ese joven de Turín, nacido en 1901 y que murió en 1925, hijo de una familia acomodada, que desde pequeño tuvo una gran sensibilidad hacia los pobres de su ciudad. Estudió ingeniería en el Politécnico de Turín y, siendo aún un estudiante, participó en la política de su tiempo. Se ligó a obras de acción social de la iglesia. Cuando se graduó, su padre le dio a elegir entre un carro o una buena cantidad de dinero; eligió lo segundo y se lo dio a los pobres. Cultivaba su fe con obras; además, era gran deportista, escalador, con un muy buen sentido del humor. A su entierro asistieron muchos pobres a quienes había ayudado de manera callada.

El otro joven canonizado el pasado 7 de septiembre fue Carlo Acutis, nacido en Londres en 1991, pero de familia italiana; vivió en Milán hasta su muerte en 2006, a los 15 años. Santo de la actualidad. Desde que hizo su primera comunión, comenzó a frecuentar la iglesia y a manifestar sensibilidad por los pobres de su ciudad, también en Italia. Organizó una especie de “Cáritas familiar”: llevaba comida y ropa a gente pobre que estaba en la calle. Su interés por las nuevas tecnologías le llevó a evangelizar a través de las redes sociales, un “influencer”, pues, catequista digital, podíamos decir. Puede inspirar a tantos jóvenes que creen que la tecnología y el Evangelio no se pueden aliar. Tenía muy buen sentido del humor.  A los 15 años le dio una leucemia fulminante y murió en pocas semanas. En esos días de enfermedad, animaba a sus padres.

 Y nos detenemos ahora en nuestros primeros santos venezolanos.

Ya sabemos que José Gregorio Hernández quiso ser religioso, pero por razones de salud no pudo, pero hizo de su profesión de médico toda una vida de servicio, especialmente atendiendo a pobres, a quienes trataba con mucha amabilidad, dicen sus biógrafos, pero además fue un educador integral, investigaba, publicaba, innovaba. No siempre se dice que le encantaba la música, tocaba piano, bailaba, de muy buen sentido del humor (pese al hecho de observar muchas imágenes de un José Gregorio serio). Cultivaba su fe con la caridad y con prácticas diarias de misa, rezando el rosario; no ocultaba que era creyente y no tenía problemas para hacer equipo en la universidad con los no creyentes; era muy respetado. No se trata solo de ser el médico de los pobres, sino de un ciudadano de buen trato, humilde y sencillo.

 Y la hermana Carmen Rendiles, caraqueña de este siglo, menos conocida, de familia con recursos, de principios religiosos, nacida con una discapacidad que a cualquier otro lo hubiera paralizado: la carencia de un brazo no le impidió estudiar, hacerse religiosa, aunque tuvo que tocar varias puertas; fue maestra de novicias y luego superiora. Posteriormente, cuando en Venezuela la sede central de la congregación a la cual pertenecía cambió su carácter, decidieron separarse y fundar una nueva. Creó varios colegios. Dicen, los que le conocieron, que su trato era muy amable, sencillo; era muy risueña y servicial.

Tenemos, pues, 4 santos contemporáneos, dinámicos, creativos, hasta “atrevidos”, podríamos decir, con mucha sensibilidad social, con fe, con obras y no solo templo, capaces de evangelizar con sus acciones —y hasta con la tecnología, como Acutis. Todos ellos amables y sencillos. Ninguno nació pobre, pero tuvieron gran sensibilidad para mirar y ayudar a los más necesitados. De verdad, son inspiradores, sus vidas conmueven, pero se trata no de admirarles, sino de seguirles. ¿No lo creen ustedes?

Luisa Pernalete