¿Verdad que a los miles de millones de personas que vimos sonreír serenamente al nuevo Papa el día que lo eligieron nos cautivó su sonrisa? Aun si no sabíamos nada o poco de él, nos gustó y así sucede con la sonrisa: cautiva, acerca, abre puertas.
Sonreír, ser amable con los demás, incluyéndonos a nosotros mismos, son habilidades sociales para la convivencia pacífica, muy necesarias hoy en nuestro país cuando la ansiedad, la depresión y la emergencia humanitaria compleja están afectando a tanta gente.
Nos dice la gente de @Psicodata que más del 80% de los venezolanos desconfía de los otros y son muy pocas las personas que recurren o buscan ayuda profesional. Tenemos que ayudarnos a superar esa desconfianza y ese distanciamiento.
La experiencia nos ha enseñado que llegar a una oficina o a un establecimiento comercial y saludar con una sonrisa abre puertas, predispone favorablemente al otro (a quien seguro tampoco le alcanza su sueldo para mantener a la familia o para enfrentar alguna emergencia de salud).
En la familia es igualmente importante sonreír y ser amable. Los hijos no tienen que pagar las angustias de sus padres; si bien es normal que estén angustiados, lo que no está bien y no ayuda es que la rabia nos haga poner mala cara todo el día o regañarlos sin razón, por ejemplo. El Observatorio Venezolano de Violencia ha estado alertando que la violencia intrafamiliar, en buena parte, es el resultado de la mala administración de las emociones en esta crisis.
Hay algo más, la sonrisa es contagiosa, pues en el cerebro tenemos unas células como espejos y uno, sin conocer al que sonríe, normalmente se contagia de esa sonrisa. Temprano, al levantarse, pruebe sonreír con usted misma frente al espejo y ¡ya!, desde que se limpia los dientes, usted se distiende. No es lo mismo tomar café y desayunar sonriendo que hacerlo con mala cara.
En las mañanas, saludar a gente que apreciamos, mandando mensajes bonitos e inspiradores, motiva o saca sonrisas en quienes los reciben. Piense si usted es de esas bendecidas por saludos amables y dígase si no es verdad lo que estamos afirmando.
En el trabajo fuera del hogar, sonreír ayuda al clima laboral: trabajar en un ambiente amigable mejora el rendimiento, sea cual sea nuestro trabajo.
Ni hablar de la importancia de la sonrisa y la amabilidad en la educación formal. La escuela tiene, entre sus funciones esenciales, enseñar a convivir: desde la entrada, los alumnos deben ser recibidos con sonrisas por parte de los porteros, los educadores… Esa entrada amable crea hábitos; los más pequeños aprenden por imitación, pero a todos nos gusta que nos reciban con los brazos abiertos.
Añadamos otro elemento a favor de la amabilidad y la bondad, que suelo recordar mucho. Se ha comprobado científicamente que cuando se hace una obra buena, suben los niveles de endorfinas, esas sustancias que nos hacen sentir mejor, que nos dan placer tanto en el organismo de quien hace la buena obra, en el que la recibe y en los testigos. Así que, ¡hasta por “egoísmo legítimo”, como decía Tony de Mello SJ, hay que ser bondadoso y la amabilidad es parte de ello! Y para dar soporte científico a lo que estamos afirmando, les sugiero que lean alguna de las obras de David Hamilton, inglés, farmacéutico, contemporáneo.
Cuando escribimos estas líneas, recordamos que el 16 de mayo se celebra el Día Internacional de la Convivencia en Paz. La amabilidad y sonreír a los demás forman parte de esas habilidades tan necesarias para la convivencia pacífica y son gratis, ¡ni siquiera requieren código QR ni cédula laminada vigente!
A sonreír, pues, a ser amables con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean.
Luisa Pernalete