Educar es sembrar y cultivar la esperanza de que es posible transformar a Venezuela y recuperar y profundizar la democracia. Si no tenemos esperanza e ilusión, estamos muertos como educadores. Educar no puede ser meramente un medio para ganarse la vida, sino que tiene que ser un medio para defender la vida, para dar vida, para provocar las ganas de vivir con autenticidad y con libertad. Por ello, es imposible educar sin esperanza y nadie puede ser educador sin vocación de servicio. El verdadero maestro asume la aventura apasionante, y hoy, dolorosa y heroica por el pésimo sueldo y trato que recibe, de permanecer fiel a la tarea de implantar una sociedad justa y tolerante.

Hace tiempo leí la historia de un buen cura que se quejaba de que muchos se confesaban de haber tenido malos sueños, pero nadie se confesaba del pecado mucho más grave de no soñar. Todas las grandes conquistas de la humanidad comenzaron con el sueño de alguien o de algunos, y el compromiso tenaz y valiente de hacerlo posible. Por ello, fueron capaces de provocar el entusiasmo y movilizar las voluntades y vidas de muchos, y el sueño se hizo realidad. Nada importante se ha logrado nunca sin esfuerzo, sin coraje, sin entrega. Por ello, los educadores somos los «disoñadores» de la nueva educación que gestará la nueva Venezuela. Es decir, la soñamos y la vamos diseñando con nuestro esfuerzo y compromiso.

Anatole France decía que nunca se da tanto como cuando se da esperanza, y que no hay peor ladrón que el que roba los sueños. A su vez, Paulo Freire, el Padre de la Educación Liberadora, en su obra «Pedagogía de la Esperanza» nos insiste en que la educación exige la convicción de que es posible el cambio e implica la esperanza militante de que los seres humanos podemos reinventar el mundo en una dirección ética y estética distinta a la marcha de hoy. «No entiendo —nos dice Freire— la existencia humana y la necesaria lucha por mejorarla sin la esperanza y el sueño… La desesperanza nos inmoviliza y nos hace sucumbir al fatalismo en que no es posible reunir las fuerzas indispensables para el embate recreador del mundo… No es posible luchar si no se tiene mañana, si no se tiene esperanza… No es posible pensar en transformar el mundo sin un sueño, sin proyecto. Los sueños son proyectos por los que se lucha. Su realización exige esfuerzo, coraje, vencimiento».

Aceptar el sueño de una Venezuela reconciliada y próspera exige participar activamente en su creación. Perder la capacidad de soñar es perder el derecho a actuar como ciudadanos, como autores y actores de los cambios necesarios a nivel político, económico, social, educativo y cultural. Por ello, frente al «Pienso, luego existo», raíz de la modernidad; el «Compro, luego soy», basamento de la postmodernidad consumista y hedonista; o el «Me conecto, luego soy» de la modernidad líquida, debemos levantar el «Sueño y me comprometo, y así voy siendo» de la esperanza activa. Sueños, soñamos, y nos comprometemos con coraje y entusiasmo a construir nuestros sueños de un país justo y libre.

Pero necesitamos educar la esperanza, para superar la ingenuidad y evitar que resbale hacia la desesperanza y la desesperación. Tan negativo es el discurso fatalista, inmovilizador, que renuncia a los sueños y niega la vocación histórica de los seres humanos, como el discurso meramente voluntarista y triunfalista, que confunde el cambio con el mero deseo o la proclama del cambio.

Necesitamos, por ello, de una esperanza crítica, no ingenua, que necesita del compromiso tenaz y combativo, y de una gran coherencia entre palabra y vida. En consecuencia, a seguir trabajando con entusiasmo, sin achantarnos ni rendirnos, por una Venezuela reconciliada y próspera, donde la defensa de la Constitución y de los Derechos Humanos nos señalen el camino y configuren nuestras actuaciones.

Por: Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com)

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