APEAsí se titula mi libro sobre Rafael Urdaneta, máximo prócer zuliano, que nació el 24 de Octubre de 1788, hace 227 años. La historia nos recuerda su intrépido valor y su firme decisión, cuando en momentos difíciles en que desertaban los soldados del ejército patriota, se dirigió a Bolívar y le dijo “Si con dos hombres basta para liberar a la patria, presto estoy a acompañar a usted”. Así era Urdaneta: un relámpago de valor. Pero más que el heroísmo de Urdaneta, puesto a aprueba en cien combates y sobre todo en la tenaz defensa de Valencia, me interesa subrayar su lealtad y su honestidad y proponer una reflexión en torno a ellas.

La verdadera lealtad a la patria implica asumir con desprendimiento las nuevas batallas de la independencia que permitan una patria grande y justa para cada venezolano, es decir, unas condiciones de vida dignas, respetuosas y solidarias. Porque la patria no es algo vaporoso y vago que se invoca en los momentos solemnes. La patria es, en primer lugar, cada venezolano y cada venezolana; es la constitución que debemos cumplir y defender; es la democracia que debemos profundizar; es la tierra venezolana, con sus recursos y riquezas que pertenecen a todos y que no pueden ser administrados caprichosamente, o en beneficio de algunos. Defender la patria es trabajar por una democracia política, social y cultural, que garantice que todos los venezolanos vivamos con dignidad, sin el acoso de la miseria o la inseguridad, ni el colapso de los servicios esenciales. Democracia con instituciones eficientes, que resuelvan problemas y poderes autónomos que se regulen unos a otros. Defender la patria es garantizar alimentos a todos sin la humillación de las colas, detener la inflación que aniquila, ahorros, salarios y sus aumentos siempre mínimos, salir a la calle sin miedo a ser robado o asesinado. Defender la patria es castigar la ineficiencia, la corrupción, el matraqueo, el nepotismo; es impulsar unas políticas productivas y laborales agresivas y eficientes, que garanticen bienes y servicios de calidad para todos.

Con frecuencia, los discursos, las ofrendas, los homenajes a Bolívar, Urdaneta u otros próceres, son el mejor modo de enterrarlos definitivamente, de arroparse con sus nombres y llevar una vida opuesta a su espíritu. Muchos de los que discursean aclamando con devoción a los padres de la patria y colocan ofrendas florales frente a sus estatuas, se roban los dineros de todos o los administran como si fueran suyos, corrompen voluntades, amasan fortunas sobre la miseria de las mayorías y ejercen la política como ocasión de enriquecimiento o para acaparar más poder personal o para los suyos.

“No dejo en el mundo sino una viuda y once hijos en la mayor pobreza”, testimonió Urdaneta antes de su muerte en París, un hombre que había ocupado los más altos cargos militares y políticos, incluso la Presidencia de la Gran Colombia, sin buscar su provecho o el de los suyos. Y cuenta la historia que sabiendo que le había llegado la hora de su muerte, llamó a sus hijos Rafael y Luciano que le acompañaban y les ordenó:

“Encárguense ustedes de devolver al Gobierno de Venezuela la parte que aún queda de los viáticos que me adelantaron para el viaje que no he podido concluir”.