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Ciudadano es la persona que no sólo se preocupa por sus bienes personales, sino que busca el bien común, es decir, que todas las personas podamos vivir con dignidad y que los bienes públicos, es decir, que son de todos, sean de genuina calidad. Las personas que sólo se preocupan por garantizarles a sus  hijos buena educación o salud, sin importarles la suerte de los demás,  no son buenos ciudadanos. Como tampoco lo son los que tiran basura a la calle o a la carretera,  irrespetan las señales de tráfico, malgastan o se roban la luz, el cable y el agua, acaparan productos y especulan con los precios, destrozan los parques y plazas y siempre se las arreglan para evadir el pago de  impuestos.

Político y ciudadano vienen a significar lo mismo. Político es el habitante de la polis griega, que el latín tradujo como civitas o ciudad. El ciudadano o el político ejercen y defienden su libertad en el horizonte de la convivencia. Saben que, a la larga, no es posible la paz y la convivencia si  no  disfrutamos todos  de una vida digna. Por ello, combaten por igual la tiranía o la apropiación del poder que nos  pertenece a todos,  y el desinterés por lo público o por la política, como opuestos a la esencia del ser humano.

Aristóteles definió al ser humano como “animal político” y a los griegos, la vida privada en exclusiva, es decir, que no  se preocupaba por el bienestar general, les parecía “estúpida”. Cada ciudadano, cada miembro de la polis, tiene su familia, sus intereses, sus negocios, en suma, su vida privada. Pero si se queda en ella resultará un ser incompleto, porque estará prescindiendo de la posibilidad e incluso necesidad de una segunda y superior vida, que le va a permitir ser plenamente libre y servir al interés general.

La política es la construcción del bien común, el bien de todas y cada una de las personas que forman la comunidad humana. Hacer política es hacer posible que todos, especialmente los más débiles y necesitados, podamos vivir con dignidad y obtener la máxima felicidad posible. La vida digna,  el trabajo bien remunerado, la educación de calidad, la seguridad, el acceso a una vivienda apropiada,  los servicios eficientes en salud, agua, luz…,  el poder desplazarnos por carreteras sin huecos…, son derechos esenciales y no dádivas que debemos agradecer al gobernante de turno.  Es su deber garantizarnos a todos esos derechos y, si no lo hacen, debemos exigírselo y castigarlos con nuestras protestas y con nuestros votos.

La perversión de la política es apropiarse de lo público, es decir de los bienes que son de todos, para su propio beneficio, el de los suyos, o para mantenerse en el poder. Cuando la acción política tiene como fin el interés del partido o de los que mandan, nos hundimos cada vez más en la corrupción, aunque unos  poderes lacayos den a dicha apropiación visos de legalidad.

La ciudadanía, a su vez,  implica  respeto, honestidad,  tolerancia y denuncia de los abusos. Muchos de los que hoy se jactan de ser unos genuinos revolucionarios muestran conductas intolerantes e irrespetuosas y no  se atreven a denunciar y hasta los avalan  con su silencio ( o con su estúpida excusa de que “así ha sido siempre”) los abusos del poder que utiliza a su antojo los recursos que nos pertenecen a todos.

 

                              Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])

                              @pesclarin       www.antonioperezesclarin.com


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