pazUna cultura que valora sobre todo el tener, el poder  y el aparentar, que repite machaconamente  que vales lo que tienes, que todo, hasta lo más sagrado, lo convierte en mercancía; en el que la ética se está disipando y cada uno decide lo que es bueno y lo que es malo, lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer; que  desprecia e ignora al pobre, al que no tiene, al diferente,  engendra de un modo vertiginoso la violencia. Violencia del exhibicionismo de los que tienen, ostentan, derrochan y corrompen; violencia de los que buscan tener –para poder ser- a cualquier precio (asalto, robo, sicariato, secuestro, prostitución, corrupción,  tráfico de drogas, de influencias, de órganos, de personas…);  violencia que insulta y descalifica  al que piensa  diferente; violencia de los aparatos policiales que reprimen por la fuerza manifestaciones pacíficas; violencia de numerosos policías que matraquean y asaltan, aliados muchas veces a las mafias. Violencia  del sicario que cobra por matar, del ladrón que mata para arrebatar, que considera que un par de zapatos o un celular  valen más que una vida humana. Violencia alimentada por la impunidad que nos ha privado de calles, plazas, parques, y cada fin de semana llena las morgues de cadáveres y a las familias de dolor. Violencia machista que golpea y agrede a la mujer, que la utiliza para el servicio y el placer y que, incluso, en numerosos hogares, abusa física y sexualmente de los niños.

Definitivamente, el “Amaos los unos a los otros de Jesús” lo estamos traduciendo  por  “Armaos los unos contra los otros”.

De ahí, como vengo proponiendo,  la urgente necesidad de una educación para la paz y la convivencia que nos enseñe a desarmar los corazones que están llenos de agresividad, de rencor, de envidia y odio. Seguiremos enfrentándonos y agrediéndonos, si no tenemos el corazón en paz.  Con el corazón lleno de resentimiento, intolerancia y dogmatismo, se pueden movilizar a las masas. Desde actitudes de prepotencia, hostilidad y agresión se puede hacer política y propaganda electoral, pero no se puede aportar verdadera paz a la convivencia. Nos falta paz porque nos faltan hombres y mujeres de paz. Personas que poseen la paz en su corazón, la llevan consigo, la comunican y la difunden. Estos construyen paz porque ayudan a acercar posturas y crean un clima amistoso de entendimiento, mutua aceptación y paz. No es difícil señalar algunos rasgos de la persona de paz: Busca siempre el bien de todos, no excluye a nadie, respeta las diferencias, no alimenta la agresión, fomenta lo que une, nunca lo que divide o enfrenta. Sencillamente ama de verdad, no de mera palabra, a todos.

 

                          Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])

                          @pesclarin         www.antonioperezesclarin.com  


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