descarga (4)El afán de oponerse a los Estados Unidos  está llevando al Gobierno Nacional a idealizar a los chinos y a ofrecerles nuestros recursos naturales en unas condiciones realmente ventajosas para ellos. Pero los chinos no son precisamente unas Hermanitas de la Caridad. Si no, que lo digan sus países vecinos. Su necesidad de  materias primas para  sostener su despegue económico,  les está llevando a invadir  con sus productos los mercados internacionales  y a otorgar créditos multimillonarios con los que amarran a futuro las  economías de muchos países sobre todo de América Latina y de África.

China se está convirtiendo en una potencia imperialista. Como ya lo advirtiera J. Nehru, el primer ministro fundador de la república India y líder, junto a   Mahatma Gandhi, del movimiento independentista, “cada vez que China vuelve a ser China, se vuelve imperialista”. Hoy,   China es gobernada  con puño de hierro por el Partido Comunista que no permite la menor oposición, y   es un país donde impera el capitalismo más salvaje. Frente al dicho tan escuchado  en Venezuela de que “ser rico es malo”, los chinos promovieron el  “volverse rico es glorioso”. De hecho,  ya en 1984, un Documento del Partido Comunista Chino expresaba sin titubeos que “la política de estimular  a una parte de la población a enriquecerse antes que el resto, concuerda con las leyes que rigen el desarrollo del socialismo”. No es de extrañar, en consecuencia, que las desigualdades internas en China han aumentado 11 puntos en los últimos 25 años, y que hoy en China hay una casta de supermillonarios compuesta sobre todo por empresarios, políticos y militares, frente a cientos de millones de personas que viven en la más absoluta miseria.

Para convertirse en una de las economías más pujantes del mundo,  el Gobierno Chino fomentó la  privatización de la tierra y de las empresas estatales y alimentó la producción  a base de la explotación más servil de la mano de obra. Las neveras, televisores, cocinas, lavadoras, computadoras, carros  y numerosos otros productos “made in China” que  invaden  los mercados internacionales y que  Venezuela compra  por millones, son fabricados en condiciones de verdadera esclavitud. En China son normales las jornadas de dieciséis o más horas de trabajo al día,  con frecuencia sólo se concede a los obreros uno o dos días de descanso  al mes, no se permiten los sindicatos, huelgas,  protestas o manifestaciones,  los sueldos son verdaderamente vergonzosos y olvídense de otros beneficios sociales. En China abundan los centros de trabajo forzado para reeducar a los que piensan políticamente distinto, y no hay libertad de expresión ni de religión.

Más que una estrategia comercial, los chinos tienen muy clara su estrategia de poder.   Las empresas occidentales  ganan montañas de dinero comprando a los chinos por centavos y vendiendo  luego por centenares de dólares, aunque esto les lleve a cerrar sus empresas y generar un gran desempleo. Cuando los chinos tengan el monopolio de la producción,  impondrán  los precios que quieran  y de nada servirá llorar y lamentarse sobre los parques industriales desmantelados.

 

                       Por. Antonio Pérez Esclarín   ([email protected])

                      @pesclarin       www.antonioperaezesclarin.com


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