Está costando esta semana escribir con serenidad. Además de los problemas agobiantes -la inflación y la persecución del papel y de productos básicos- se añade la violencia con datos que golpean duro, como el asesinato de los dos salesianos en Valencia o la de madres buscando hijos acusados de protestar o las tanquetas en Alta Vista, Puerto Ordaz, desalojando estudiantes en la madrugada…
Busco en mi archivo de imágenes esperanzadoras y pienso en la cantidad de madres que dan las bendiciones cada mañana a sus hijos cuando van a la escuela; pienso en las maestras que trabajan en zonas populares y diariamente comprimen sus miedos al montarse en los autobuses –en donde más de una vez las habrán asaltado-; pienso que somos más los pacíficos que los violentos en este país, y ser más supone responsabilidades. Menciono algunas.
Primero, si queremos la paz, los medios tienen que ser pacíficos. Lo decía mucho Gandhi cuando se topaba con los que les parecían poco eficaces los métodos no-violentos. Una amiga, cuando escucha a otros insultar a los que insultan, suele decir: “Si nos comportamos como los que criticamos, somos iguales”, y me atrevo a añadir: “y los resultados serán iguales”. A los alumnos tenemos que enseñarles que la violencia trae más violencia. No podemos enseñarles a ser pacíficos gritándoles y maltratándolos.
Segundo. En una Democracia hay reglas, las máximas están contempladas en la Constitución. Los pacíficos debemos conocer esas reglas, cumplirlas y exigir a nuestros Gobiernos que las cumplan. Saber, por ejemplo, que el Artículo 68 de la CRVB reza “que todo ciudadano tiene derecho a manifestar pacíficamente y sin armas, sin otro requisito que los que establece la ley. Se prohíbe el uso de armas de fuego y las sustancias toxicas en el control de las manifestaciones.” Y sigue el texto: “La ley regulará la actuación de los cuerpos policiales de seguridad en el control del orden público”. No sé si los funcionarios que han estado persiguiendo estudiantes conocen estos textos, pero espero que sus superiores sí. ¿Harán falta tanquetas para disolver una vigilia en plena madrugada? Dentro de esas reglas está también que nadie puede ser sometido a tortura o tratos crueles, inhumanos o degradantes (Artículo 46 de la CRBV). Esta es otra regla importante. Una cosa es utilizar la fuerza para reducir a un violento y otra torturar a un detenido. ¿Es necesario arrastrar o abofetear a un manifestante? A los funcionarios hay que respetarlos y exigirles respeto.
Tercero. La violencia hay que rechazarla venga de donde venga, no valen los apoyos automáticos. Los pacíficos tenemos que aprender a manejar nuestras emociones, administrar la rabia y la indignación. El gobierno también debe saber que la violencia nunca está justificada y la justicia debe aplicarse, siempre con el debido proceso por delante.
Cuarto. No es cierto que todos tenemos la misma responsabilidad; mientras mayor sea el poder de la persona o de la institución que representa o dirige, mayor será su responsabilidad. Una madre pacífica tiene la responsabilidad de enseñar a sus hijos y vecinos a resolver los conflictos por vías igualmente pacíficas; más responsabilidad que la madre la tienen los educadores y personas como los religiosos, que tienen público en los templos; les siguen los comunicadores sociales porque llegan a públicos más amplios; la máxima responsabilidad la tienen los representantes del Estado, pues son los últimos garantes de los Derechos Humanos, tienen el monopolio de la fuerza, la cual deben usar para defender a los pacíficos. Mandela, cuando le tocó enfrentar situaciones límites, apuntaba que el papel de los líderes, cuando los ánimos están caldeados, es contribuir a la calma, no atizar la llama.
No es malo recordar que Gandhi decía que la no-violencia es para valientes. Necesitamos muchos valientes en estos momentos en Venezuela.
Luisa Pernalete 16/02/14