Sumario. Reconocer el problema es el primer paso para enfrentarlo. En Venezuela había hambre antes de la cuarentena y se ha agravado ahora. Los DDHH son interdependientes y el hambre es un eje transversal. Los sucesos de Upata son solo una muestra del hambre del país.
Confieso que tenía otros temas para esta semana: “Hacer las paces con el planeta” (con motivo del Día de la Tierra) era una opción; “Se agranda la brecha” (por el tema de los niños, niñas y adolescentes fuera de la atención escolar), pero resulta que leí el terrible Twitter donde Susana Rafalli resumía la situación del país: Jajó, Pueblo Llano, Siquisique, Tacarigua, Araya, Cumanacoa, Upata, Turén… solo en 48 horas, decía la experta en nutrición. Alguien le añadió: Punta de Mata. Y luego agregó: el distanciamiento social es una quimera. No se puede confinar una población sin agua, sin gas, sin electricidad, sin gasolina.
En Upata, por solo mencionar lo que sucedió el jueves 23, hubo un muerto a causa de balas, varios heridos, 33 detenidos y, entre ellos, tres menores de edad. “Murió por hambre”, escribieron testigos en el pavimento. Varios establecimientos de alimentos afectados, según leímos en El Correo del Caroní.
Entonces a uno le empiezan a pasar escenas en la cabeza. Upata es solo un caso, pero el hambre, la desesperación, el dólar disparado al infinito, las remesas que no están entrando, la gente que vive al día sin poder trabajar… Esto no se restringe a Upata, es todo el país… ¡Imagino una familia con hijos pidiendo comida! Difícil no pensar en Upata.
Los derechos humanos son interdependientes: si uno se vulnera, arrastra a otros. Pienso en la escuela antes de comenzar la cuarentena, las inasistencias a clases por falta de alimentos y también en las aulas llenas cuando se sabía que habría desayuno o almuerzo en la escuela, como me dijo la señora Elsy, portera de un centro educativo de Fe y Alegría en San Félix. “El colegio entró en un programa de alimentación. Lo saben en la comunidad. ¡Viera como están llenos los salones. No falta nadie!”, comentaba animada a principios de este año escolar. Y es que para que la letra entre se necesita comer. Difícil no pensar en Upata.
Viendo las noticias me acuerdo del mensajito que me mandó la señora Isabel, del municipio San Francisco, Zulia, comentándome lo caro que está todo. Su esposo tiene una tapicería, pero no le sale nada en esta cuarentena. “No moriremos por el virus, moriremos por hambre”, decía su mensaje. Y su pequeña de ocho añitos cumpleaños en unos días… En épocas anteriores, ella le hacía su merienda e invitaba a sus amiguitos. Para un niño, celebrar su cumpleaños aunque sea solo con una torta es saberse y sentirse importante. Isabel vive en una zona popular, sin embargo, dice que nunca ha tenido acceso a los CLAP, porque a su sector no llega eso, a pesar de la propaganda oficial. Difícil no pensar en Upata.
Hace décadas, cuando vivía en Maracaibo, trabajé como voluntaria en una fundación para ayudar a rescatar a niños de la calle, “huelepega”. Una vez uno me preguntó que si yo me había acostado alguna noche sin haber comido. “Es feo tratar de dormir con hambre. Uno es capaz de hacer cualquier cosa”. Inhalar pegamento les dormía las neuronas, por decirlo rápido. Se les pasaba el hambre con la pega. Debe ser terrible acostarse sin comer. Difícil no pensar en Upata.
Para resolver un problema el primer paso es reconocer que se tiene. Pero las autoridades no parecen escuchar el clamor del pueblo. Veamos solo estos datos que vienen del Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) publicados en febrero de este año en torno a la seguridad alimentaria y sus vulnerabilidades en el país: el 7,9% de la población (2.3 millones) sufría de inseguridad alimentaria severa para ese momento; el 24,4% adicional (7 millones) tenía inseguridad alimentaria moderada.
La WFP estimaba para la fecha que uno de cada tres venezolanos estaba necesitado de asistencia alimentaria. La misma fuente reportaba entonces que uno de cada cinco hogares tenía un nivel inaceptable de consumo alimentario, del cual 12,3% tenía consumos al límite y 5,5% consumo pobre. Además, reportaban que 20% de la población había vendido bienes familiares para sobrevivir y seis de cada diez familias había consumido sus ahorros para comer. Eso era en febrero. No quiero ni pensar los datos si el WFP hace un estudio ahora. Difícil no pensar en Upata.
Los derechos humanos no pueden ponerse en cuarentena. Ya se sabe que la pandemia entra al país con condiciones preexistentes: aparato productivo en quiebra, la inflación más alta del mundo, desnutrición a paso de vencedores, salarios que dan vergüenza recordar… De manera que, a pesar de ser generalizada la cuarentena en el mundo, aquí nos agarra ya cansados, débiles, con menos manera para enfrentarla, equiparados a países africanos, acompañados de represión… Difícil no pensar en Upata.
Con una cuarentena debido a la pandemia, montada sobre una emergencia humanitaria compleja que ya traíamos, sumado al agravamiento en la escasez de combustible, ¿es posible la paz social?
Quiero creer en la multiplicación de los panes, quiero creer que encontraremos manera de llegar a acuerdos nacionales, por encima de intereses particulares, para evitar que el hambre cobre más víctimas. Quiero dejar de pensar en Upata.