Más de uno dirá que con tantos casos nuevos de COVID-19, con tantos sobresaltos por las decisiones del TSJ y la emergencia humanitaria compleja que se sigue agravando en nuestro país, ¿qué importancia tiene recordar que este domingo se celebró el Día del Padre? Pues tengo mis razones.

En primer lugar, creo que no podemos anclarnos solo a los temas que se desprenden de la pandemia, incluso por salud mental. Proteger a la familia y el padre es parte de ella, es sumamente importante: reflexionar sobre el papel que este cumple es necesario.

Cuando el padre falta en la vida de un niño, eso tendrá sus secuelas. Nos hemos acostumbrado en este país de hablar de la paternidad irresponsable, de las madres solteras, como si eso fuera lo “normal” y como si no tuviera consecuencias. Conozco a más de un joven adicto cuya adicción pudiera tener su origen en ese abandono. “No fui importante para mi padre, no soy importante para mi padre”. ¿Creen que eso es fácil de digerir?

Cuando el padre es mal padre hace mucho daño. Calificamos de mal padre, además del que abandona, cuando es maltratador, cuando descalifica, cuando modela a sus hijos con malos ejemplos: si es bebedor, agresivo,… Eso también deja huellas difíciles de borrar.

En cambio, cuando el padre está presente en esos momentos significativos para los hijos: su entrada al colegio, los cumpleaños, incluso en las tareas escolares, el fin de curso,… eso también deja huellas, pero, positivas. Los hijos que crecen con la presencia del padre y este no es maltratador, ni descalificador, suelen ser capaces de convivir de manera cordial, sana. Hay un equilibrio entre las figuras del padre y la madre, cada uno con su rol en el hogar.

Es verdad que la familia venezolana, en términos generales, es “matricentrada”, sin embargo, eso no significa que no existan familias con padre y madre que rodeen de cariño y buenos ejemplos a sus hijos. Y les tengo una buena noticia: lentamente las cosas han ido cambiando y hoy encontramos un poco más de equidad de género, semillas de respeto mutuo, que es lo deseado, ni machismo ni hembrismo, porque de lo que se trata es de poder vivir en paz, ¡se trata de la convivencia fraterna!

Hace aproximadamente más de un año, en el Centro de Formación e Investigación “Padre Joaquín” de Fe y Alegría, hicimos un trabajo de investigación cualitativa sobre este tema del respeto mutuo. Queríamos indagar, entre otras cosas, rasgos de cultura machista en la escuela y en el hogar, además de rasgos de cultura de respeto mutuo y encontramos datos interesantes.

Preguntábamos a pequeños de 1er grado, estudiantes de 6to grado y 3er año de bachillerato, qué hacían sus papás al llegar del trabajo. Si bien la mayoría decía que “se ponían a ver televisión” mientras sus madres hacían de todo, también hubo unos cuantos que dijeron que sus papás ayudaban a hacer las tareas y a preparar la comida, especialmente los padres jóvenes. También encontramos que las madres están repartiendo más equitativamente las tareas del hogar: tanto ellas como ellos, indistintamente, cooperan para lavar los platos y la ropa, arreglar la casa,… Si bien cuidar a los hermanitos más pequeños sí parecía cosa de las hermanas, en el resto de las tareas ya no se discrimina negativamente a las hembras.

Para mí fue significativo también el no ver como verdad que “los niños -los hombres- no lloran”. “¡Claro que sí lloran, maestra!”, decía la mayoría. O sea, expresar emociones no es signo de debilidad, es absolutamente normal y sano decir lo que se siente, sin reprimir de pequeño esa expresión, porque luego puede terminar en violencia de género, hasta de la extrema.

Con lo anterior podemos afirmar que los buenos padres se forman desde pequeños en el hogar y en la escuela. El machismo hay que combatirlo desde la cuna, desde la educación inicial. El machismo hay que combatirlo empoderando a la mujer y formando a los hombres, desde niños. Y es importante hacer notar que el respeto mutuo trae felicidad a las personas: los maltratadores no son felices.

No sé ustedes, pero yo veo ahora mucho papá en la calle, en el transporte público, dando la mano a sus hijos pequeños para llevarlos a la escuela. Conozco no solo madres buenas, sino también muchos padres buenos, en todos los estratos sociales. Claro, falta mucho trabajo para que sea viral el ver como bueno, sano y beneficioso para todos que los padres asuman con responsabilidad la paternidad, la equidad de género.

Una mención especial entonces para tanto padre bueno que hay en este país y también para esos “padrinos”, padres espirituales, esos que trabajan en casas hogar, que ahíjan a tanto muchacho sin papá. Igualmente a los educadores que ahíjan a los alumnos. Esos también son padres.

No quiero olvidar en esta oportunidad a esos “padres adoptivos” de los “niños dejados atrás”. Hay que rezar para que puedan cumplir con un rol que no buscaron ellos sino que les fue impuesto y esto por la migración forzada de tantos venezolanos.

¿No creen que el Día del Padre también hay que celebrarlo y reconocer a los buenos padres para que contagien a los que no son tan buenos?