Estos días navideños son muy propicios para promover, como nos pide el papa Francisco, la revolución sanadora de la ternura, es decir, poner nuestra vida al servicio del hermano, tratar a todos con cariño y buscar su bienestar. El Pesebre de Belén es expresión de esa infinita ternura de Dios que se hace niño desvalido y pobre y nos invita a construir un mundo de paz y de amor. Dios aborrece la violencia, la injusticia, la miseria, y quiere que vivamos como hermanos y privilegiemos a los más carentes y necesitados. La ternura es siempre misericordiosa, expresión serena de un profundo respeto. Se muestra en el detalle sutil, en la mirada cómplice, en la sonrisa alegre, en la escucha atenta, en la palabra cariñosa, en el abrazo sincero.  Solo mediante la ternura podremos curar nuestras profundas heridas y empezar a reconciliarnos como conciudadanos y hermanos.

Gandhi decía que el amor exige coraje,  y que un cobarde es incapaz de mostrar amor. La ternura no es blanda, sino fuerte, firme y audaz, porque se muestra sin barreras y sin miedo. Puede entenderse no solo como un acto de coraje, sino también de voluntad  para mantener y reforzar los vínculos de relaciones sanas. La ternura hace fuerte el amor y enciende la chispa de la alegría en la adversidad. Gracias a ella, toda relación se hace más profunda y duradera porque su expresión no es más que un síntoma del deseo de que el otro esté bien.

La ternura encuentra en los momentos difíciles un espacio ideal para desarrollar su extraordinario valor. Por ello, en estos momentos donde en Venezuela las personas sufrimos tanto y el covid, con su secuela de incertidumbre y muerte, ha venido a profundizar los sufrimientos. Debemos expresar afecto, escuchar con atención, hacernos cargo de los problemas de los demás, cultivar los detalles, acompañar, estar física y anímicamente en el momento adecuado… que son actos de entrega cargados de significado. Gracias a la ternura, se crean vínculos cercanos y sólidos en las relaciones de ayuda, y se evita la soberbia y humillación. Sin ternura es difícil que prosperen  relaciones sanas de ayuda.

 “Una palabra salida del corazón calienta durante tres inviernos”, dice un proverbio chino. Ese calor favorece la relación sanadora y se traduce en amor, misericordia, estima, expresión o palabra cariñosa y afectuosa, simpatía.

La doctora Elisabeth Kübler-Ross, famosa por su acompañamiento a miles de enfermos terminales, que nos ha dejado sus experiencias en una serie de libros, no duda en afirmar que los recuerdos que más nos acompañan en los últimos instantes de nuestra vida no tienen que ver con momentos de triunfo o de éxito, sino con experiencias de ternura, de encuentro profundo con un ser amado, momentos de intimidad cargados de significado: palabras de gratitud, caricias, miradas, un adiós, un reencuentro, un gracias, un perdón, un “te quiero”. Son esos instantes los que quedan grabados en la memoria gracias a la luz de la ternura que revela la excelencia del ser humano a través del cuidado y el afecto.

La ternura se relaciona con la dulzura, y nos hace más flexibles. Sin ternura nos volvemos rígidos y duros, y todos necesitamos de ese “calor humano” en las relaciones con los otros, sobre todo si pretendemos ayudarlos, pues la ternura posibilita  que el ayudado se sienta cobijado, tratado con respeto, sin juicios ni intromisiones. Todo al servicio de la persona herida y como despliegue de una actitud servicial y humilde.