Ideas clave

El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es una condición del neurodesarrollo que se manifiesta en diferencias en la comunicación social y en comportamientos repetitivos o intereses restringidos.

Es crucial entender que el autismo no es una enfermedad, sino una forma de neurodivergencia, lo que significa que las personas con autismo procesan la información, aprenden y experimentan el mundo de manera diferente.

Un diagnóstico diferencial es el primer paso para establecer las estrategias educativas específicas que un alumno necesita. Es un derecho del estudiante tener este diagnóstico.

En lugar de buscar «normalizar» a la persona autista, el objetivo principal debe ser adaptar el entorno para hacerlo comprensible, predecible y accesible. En este sentido, la estructura y las claves visuales se vuelven herramientas fundamentales para fomentar la inclusión y permitir que cada individuo desarrolle su máximo potencial.

El uso de claves visuales y la estructuración del entorno son parte fundamental de una inclusión verdadera y un derecho de los alumnos con autismo para acceder a una educación plena (accesibilidad física, sensorial, emocional y cognitiva).

Legalmente, los alumnos con autismo tienen derecho a recursos y estrategias especializadas, y las instituciones deben realizar los ajustes necesarios.

Los niños y jóvenes con autismo suelen procesar la información de forma visual y concreta, y tienden a interpretar las instrucciones de manera literal. Aunque los cambios pueden generarles ansiedad, la rutina puede ser una fortaleza si se estructura el día mediante horarios visuales, anticipando cada actividad y transición. Esta preferencia por lo visual y la necesidad de rutina destacan la importancia de implementar apoyos visuales en su aprendizaje y bienestar.

La estructura en el entorno actúa como una guía esencial para los niños y jóvenes con autismo, ayudándolos a navegar en un mundo que a menudo perciben como complejo e impredecible. La dificultad para anticipar lo que sucederá puede generarles ansiedad e inseguridad, por ello, al crear un entorno predecible y estructurado, se les proporciona un marco de referencia que reduce la incertidumbre y fomenta comportamientos más adaptativos.

Una buena estructura les ayuda a entender situaciones y expectativas, reduce la ansiedad, mejora su aprendizaje a través del canal visual, les permite ser más independientes y disminuye los problemas de conducta. Estrategias prácticas incluyen el uso de horarios visuales con pictogramas, secuencias de rutinas paso a paso y la organización de espacios específicos para cada actividad.

Las claves visuales son herramientas: imágenes, símbolos, colores o secuencias visuales que representan conceptos, actividades, instrucciones o emociones. Su efectividad radica en su permanencia, a diferencia del lenguaje oral que se desvanece, y en su capacidad para ofrecer claridad y facilitar el procesamiento visual de la información, que es la vía dominante en muchas personas autistas.

Sin estructura ni claves visuales, un niño o joven autista puede sentirse desorientado, no comprender las expectativas, desconectarse de su entorno y reaccionar con conductas disruptivas o aislamiento, experimentando sobrecarga sensorial y frustración.

Es crucial observar la forma de comunicarse del niño o joven autista, sus intereses y nivel de comprensión para seleccionar las claves visuales más adecuadas (fotos reales, pictogramas, dibujos, íconos neutros para mayor discreción en adolescentes). Se debe comenzar con claves simples y adaptarlas según la respuesta del estudiante. Incluso, el propio niño o joven puede indicar qué tipo de apoyo visual necesita (ej. cronograma general vs. sistema específico en su pupitre para una tarea).

La implementación de claves visuales conlleva una serie de beneficios significativos. Para el estudiante con autismo, se traduce en una reducción de la ansiedad, mayor autonomía en las transiciones, una mejor comprensión de normas y rutinas, un aumento de la seguridad y el control sobre su entorno, el refuerzo de la memoria visual y la potenciación de la autorregulación emocional.

El temor o rechazo de algunos docentes hacia ciertas conductas puede originarse en el desconocimiento de herramientas como las claves visuales y la estructura. No han descubierto que ayudan a disminuir la frecuencia e intensidad de crisis o conductas agresivas (que a menudo surgen por sobrecarga sensorial o incapacidad para comunicar necesidades), validar la emoción, reducir estímulos, y que, usar estrategias de regulación sensorial/emocional son claves durante una crisis.

Es imprescindible involucrar a la familia en el uso de las claves visuales, ya que muchos cambios positivos comienzan en el hogar. El proceso de aceptación puede ser difícil para los padres. Es vital sensibilizarlos, formarlos y trabajar con un equipo multidisciplinario para lograr su colaboración. Demostrarles los avances del niño con estas herramientas es muy efectivo.

Las claves visuales deben implementarse desde el inicio, son útiles en cualquier ámbito (escolar, hogar) y para todas las personas que interactúan con individuos con autismo, ayudan a comprender el contexto, comunicarse y entender los eventos del aula, beneficiando incluso a compañeros sin diagnóstico, pero con otras necesidades. Pueden convertirse en una herramienta maravillosa para todo el grupo de la clase, no solo para alumnos con autismo pues sirven para trabajar dinámicas, rutinas diarias, normas de clase y la autorregulación emocional.

Las claves visuales ayudan a reducir el miedo a lo nuevo o novedoso, por ejemplo, mediante historias sociales que anticipan eventos.

Las historias sociales son relatos cortos y estructurados que, apoyándose en elementos visuales, explican situaciones sociales de manera clara y concreta. Desarrolladas por Carol Gray, son una estrategia reconocida para apoyar la autorregulación, la comprensión social y la anticipación en personas con autismo.

Las historias guían al niño a través de posibles escenarios, como sentirse molesto, y le ofrecen opciones visuales para calmarse, como respirar profundamente o pedir una pausa, facilitando así la gestión de sus emociones y el retorno a las actividades.

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