Es increíble y digno de admiración y reconocimiento el trabajo de numerosos docentes que desde la penuria y total precariedad se esfuerzan por garantizar educación a sus alumnos. A pesar de que sus salarios son irrisorios y ofensivos y no les alcanzan ni para comprar la comida de unos pocos días, se la pasan recibiendo y enviando mensajitos de WhatsApp, se endeudan para comprar teléfonos inteligentes, deben formarse compulsivamente en el uso de las tecnologías, graban clases desde sus casas, crean e inventan materiales didácticos que incluso reparten a pie por las casas de sus alumnos. Trabajan sin cesar, y a pesar de la inseguridad, incertidumbre y miedo, siguen cumpliendo su tarea con verdadero heroísmo. Además de todo esto, deben atender a sus hijos e incluso a sus padres mayores, y soportar los apagones, la peor conectividad del continente, la falta de agua y la incertidumbre de no saber si mañana podrán comprar comida o qué harán si se enferma alguien de la familia. Muchos de ellos, para medio poder comer, se rebuscan con cualquier otro trabajo, vendiendo productos o incluso lavando o planchando ropa ajena. No llevan como los militares medallas en el pecho, pero cada día combaten con valor la batalla del progreso.

Hay noticias de que la miseria ha llevado a algunos docentes al extremo del suicidio, y son muy evidentes los niveles de estrés y agotamiento que sufre la mayoría. Pero si tenemos el valor de llamar las cosas por su nombre, no debemos hablar de estrés, sino de explotación. Nunca, los educadores habían sido tan maltratados y explotados como hoy. Cuando uno habla con un extranjero y le cuenta lo que gana un maestro o un profesor, no se lo cree. Y si a nivel mundial se considera como nivel de miseria el ganar un dólar al día, ¿en qué subnivel de la miseria viven los educadores, que con todos los aumentos y bonos no llegan a ganar ni medio dólar? ¿Cómo pueden vivir en una economía que está dolarizada y en la que los precios se fijan sin control alguno hasta el punto en que, por ejemplo, viajar en taxi desde Caracas a Maiquetía, cuesta hasta tres o cuatro veces lo que cuesta en España el taxi desde el aeropuerto Adolfo Suárez en Barajas al centro de Madrid?

Si la educación es el medio esencial para combatir la violencia, promover la productividad y construir ciudadanía, al tratar de ese modo a los educadores se está promoviendo el subdesarrollo, la miseria, la incultura y la violencia. Cada vez que un maestro abandona la educación porque no puede vivir con su sueldo, estamos cavando la tumba de la República y regresando al pasado.

Pero no podemos resignarnos ni rendirnos. Si amamos a Venezuela y optamos por el progreso, la reconciliación y la vida digna para todos, debemos defender la educación y, en consecuencia, defender a los educadores. Si la educación es un derecho esencial, pues posibilita el logro de otros derechos fundamentales, es también un deber de toda la sociedad. Es hora de que nos unamos todos en defensa de la educación de calidad para todos y combatamos dos gravísimos peligros: el considerar la educación como mercancía a la que solo tienen acceso los privilegiados que pueden pagarla, o aceptar el abandono de la educación que está promoviendo el Gobierno al pagar tan miserablemente a los educadores. Al tratarlos así, parece que les está diciendo: “lo que haces no es importante. Puedes abandonar tu profesión que no pasa nada. Además, vendiendo chucherías o plátanos podrás ganar más y vivirás mucho mejor”.