Llegó la pandemia y nos agarró a todos de sorpresa. Y con la pandemia, ¡el cierre de las escuelas! “Ahora… educación a distancia para todo el mundo”. Así fue en Venezuela y en todas partes del planeta: millones y millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes alteraron su rutina y se confinaron en sus hogares.

El cierre de las escuelas tiene un tremendo impacto en la vida no solo de los estudiantes, sino también de la familia, además de  la sociedad. Y en algunos entornos más que en otros. Veamos ligeramente lo que para los padres ha significado esta suspensión de las clases presenciales con la cuarentena, con el distanciamiento físico incluido.

Las madres con sus hijos todo el día en la casa, con la doble jornada que suelen tener muchas de ellas: trabajos del hogar, no remunerado y pocas veces compartidos con la pareja y, en muchas oportunidades, trabajo también fuera del hogar. Ahora es posible que algunas de esas labores se hayan transformado en teletrabajo. Normalmente, la mujer está recargada, pero ahora, con el cierre de las escuelas, también le toca “acompañar” a sus hijos en sus tareas. Sabemos que por falta de experiencia en educación a distancia, hay docentes que están mandando más tareas de la cuenta, no siempre explican suficientemente las clases, obligándolas de esta manera a convertirse en “maestras y profesoras”, con el subsiguiente estrés. No decimos que no existan papás haciendo lo propio, pero tradicionalmente han sido las mamás las que se han ocupado de apoyar a los hijos en esto de “las tareas”. Hay madres que pasan el día al lado de los hijos/estudiantes tratando de traducir lo que esperan los docentes que se haga. Terminan el día súper-cansadas, estresadas. Añadamos que mientas menos edad tengan los niños, más acompañamiento necesitan.

Pero veamos el impacto de las escuelas cerradas en otros ámbitos. El factor de protección que cumple la escuela. El niño o la niña va a su colegio. Si tiene buenos maestros, estos estarán atentos a cualquier alteración de su conducta, de su estado de ánimo, pues ello supone que algo ha cambiado en su entorno. Si solía estar alegre y ahora llega triste, algo pasa. Si era conversador y ahora está callado, algo pasa. O al revés, si era reservado y ahora comparte, algo ha cambiado. El maestro atento preguntará, se acercará para saber qué ha pasado. Hay indicadores también para alertar posibles abusos sexuales o maltrato doméstico. ¿Hay  marcas en su cuerpo y no son producto de una caída? ¿Cuántos abusos no se han detenido porque una maestra alertó que algo estaba pasando? Entonces la escuela es un factor de protección para los niños y niñas. Cerradas no hay quien detecte esas señales de alerta, ¡no hay quién pregunte, no hay quién observe, no hay quién alerte! Y hay más, sobre todo para los sectores más vulnerables, los cuales aquí en Venezuela ya son mayoría: según datos de la última ENCOVI (Encuesta de Condiciones de Vida), los pobres de siempre y los empobrecidos de los últimos años solían comer en las escuelas abiertas.

Según UNICEF, en América Latina y el Caribe, cerca de 80 millones de platos de comida se dejaron de servir a los niños con el cierre de las escuelas. Ya sabemos que el PAE no es precisamente el mejor programa que funcione en el país, pero entre ese PAE y unas cuantas iniciativas de ONGs, eran muchos los colegios que acercaban alimentos a los escolares. Eso se ha reducido enormemente, aunque algo se ha mantenido. Hay niños que solamente contaban con ese plato de alimento en el día.

La escuela reduce desigualdades. Cuando he tenido la dicha de poder ayudar a fundar una escuela, visitaba los hogares de los estudiantes y vi, en ocasiones, casas de un solo ambiente. Me preguntaba dónde podrían los niños hacer sus tareas, estudiar en aquella precariedad, pero luego pensaba que cuando fueran a su colegio y por pobres que fueran, tendrían -al igual que el resto- un pupitre, una maestra, una biblioteca, un patio para jugar… ¡Se igualaban a otros menos pobres de su comunidad! Con escuelas cerradas, las desigualdades se agrandan: el más pobre estará en peores condiciones. Y si los padres son analfabetos, tienen  pocos años de estudio o carecen de herramientas para ayudarlos en sus estudios esto también puede influir en su aprendizaje, mientras en la escuela la maestra buena lo será para todos.

Con escuelas cerradas se agranda la brecha entre atendidos y no atendidos, pues la educación a distancia es de difícil acceso para muchos. Y de nuevo los más pobres, los de núcleos rurales: aquí en Venezuela los problemas de conectividad a internet, problemas del servicio de electricidad…  todo eso aleja al niño de la educación.

Por supuesto, los lazos afectivos, el acompañamiento psicoafectivo. Eso es menos complicado con las escuelas abiertas que con las escuelas cerradas. La portera, la secretaria y el personal de ambiente también pueden formar parte del mundo de afectos del niño. No es que a distancia no se pueda trabajar la educación emocional, pero se restringe al docente del grado y el texto no lo puede expresar todo. Este elemento también tiene que ver con la reducción de la protección para los NNA.

Hay más. Las buenas escuelas incorporan a los padres en actividades formativas, proyectos que les hace crecer, como son, por ejemplo, las Escuelas para Padres o las Madres Promotoras de Paz de Fe y Alegría. Madres con más herramientas serán mejores personas, mejores madres, reducirán y hasta erradicarán maltratos, castigos físicos, habrá más tejido social con lazos de solidaridad. Con escuelas cerradas esos espacios desaparecen, aunque ahora han surgido los grupos de WhatsApp sobre todo en colegios privados, pero en escuelas de entornos muy pobres no hay teléfonos inteligentes. Esos grupos no son tan populares en la mayoría de las escuelas.

Finalmente, hay escuelas que hacen mucho trabajo con la comunidad que le rodea: operativos de cedulación, operativos de vacunación -cuando se hacían-, campañas a favor el ambiente, recuperación de espacios públicos, atención a problemas del barrio, encuentros con vecinos…Con escuelas cerradas, es difícil mantener estos espacios. Piénsese que mientras más pobre es una comunidad, la escuela tiene más importancia: a veces es lo único que hay para unir gente en un sector.

Algunos de estos impactos se pueden mitigar con muy buenos equipos de maestros, por ejemplo, la educación emocional, cultivar los lazos afectivos con los estudiantes, mantener contactos entre madres… Se requiere conocimientos, mucha creatividad, disposición, trabajo en equipo, súper-maestros y súper-equipos directivos. No digo que sea fácil, sin embargo tampoco es imposible. Más difícil es reducir las brechas de las desigualdades.

Tenemos que pensar que lo que nos viene será muy retador no solo para los educadores sino para la sociedad en general y el Estado. Necesitaremos “Política de la buena”, como la llama el Papa Francisco.