Fe y Alegría es un Movimiento de Educación Popular y Promoción Social, nacido en 1955 en Venezuela y hoy presente en otros 21 países de América Latina, África y Europa. Atiende aproximadamente a 1.500.000 niños, jóvenes y adultos de sectores barriales, rurales e indígenas con una gran variedad de programas educativos, comunitarios y de capacitación humana y laboral. Limitándonos a Venezuela, Fe y Alegría tiene un total de 170 escuelas, 5 Institutos Universitarios, 25 emisoras de radio conectadas en red, 91 Centros de Capacitación Laboral, un Centro de Profesionalización de docentes en servicio y un Centro de Formación, Investigación y Producción, que coordina las políticas de formación de miles de educadores, no sólo de Fe y Alegría, sino de numerosas otras escuelas y produce teoría pedagógica en contextos de marginalidad. De las 170 escuelas, 83 ofrecen educación técnica, pues entre las actuales prioridades de Fe y Alegría está el potenciarlas para desarrollar las competencias laborales y fortalecer su capacidad para resolver problemas en sus contextos de desempeño. En el Estado Mérida Fe y Alegría, además de emisoras y centros de capacitación laboral, cuenta con ocho centros educativos, con clara vocación productiva e industrial, que van desde el internado San Javier y el colegio Timoteo Aguirre Pe en ese rincón paradisíaco del Valle, la U.E. Industrial P. Madariga en Loma de Maitines, San Francisco de Asís que se fundó sobre un antiguo basurero por el empeño de la comunidad José Adelmo Gutiérrez que apartó un terreno y no descansó hasta lograr que Fe y alegría fundara un liceo, hoy también diversificado en electrónica; los centros Fe y Alegría y Hna Felisa Elustondo en el dulce valle del Mocotíes; la Santiago de Onia, en El Vigía, y la Rosa Molas en Tucaní, donde Mérida se abre al calor y fecundidad de las tierras del Sur del Lago de Maracaibo.
Nacimiento y expansión
Fe y Alegría nació en 1955 en un humilde rancho de lo que hoy es el 23 de Enero, en Catia, Caracas. El Padre Jesuita José María Vélaz, fundador de Fe y Alegría, había terminado su rectorado de seis años en el Colegio San José de Mérida, y estaba encargado de la atención espiritual de los jóvenes de la recién fundada Universidad Católica de Caracas. Como la mayoría de los estudiantes pertenecían a familias acomodadas, el Padre Vélaz quería que conocieran la otra Venezuela donde apenas sobrevivían penosamente millones de hermanos para que, al contacto con la miseria, fraguaran una profunda sensibilidad social que les llevara a comprometer su fe y sus vidas en el servicio a los más necesitados.
De sus excursiones apostólicas a las zonas marginales del Oeste de Caracas en las que enseñaban catecismo, preparaban para la primera comunión y realizaban alguna labor de corte asistencialista como repartir bolsas de ropa y de comida o algunos juguetes en navidades, volvían golpeados y con la fuerte convicción de que tenían que hacer algo más eficaz para contribuir a mitigar una miseria tan atroz. Las necesidades eran muchas: vivienda, salud, alimentación, luz, agua, vestido, higiene…, pero pronto comprendieron que había que atacar la raíz de toda esa problemática y emprender un vasto movimiento de educación que rescatara a las mayorías de la ignorancia, raíz de la más profunda servidumbre. Educación para que pudieran ejercer la ciudadanía de un modo digno. Educación para transformar las vidas y poder contribuir a la transformación del país como sujetos activos y productivos.
Pero dejemos que el propio fundador de Fe y Alegría nos lo cuente:
En agosto o septiembre de 1954, terminé un rectorado de seis años en el Colegio de San José y San Francisco Javier de Mérida. Fui trasladado a la Universidad Católica de Caracas que llevaba un año de fundada. Me encomendaron la Espiritualidad de los Universitarios y las clases de formación religiosa. Los sábados por la tarde visitábamos los enormes barrios de la zona de Catia. Las visitas a los barrios me pusieron frente a la mayor masa de miseria que yo había contemplado hasta entonces. Los ranchos eran de lata, de tablas de cajones, de bolsas viejas de cemento y de toda clase de materiales desclasificados. En los sitios de mejor acceso se veían casas pequeñísimas de ladrillo sin frisar. Se extendían sin calles por la ladera de los cerros. La basura se amontonaba por todas partes y las aguas negras guiadas solamente por la ley de gravedad encharcaban de suciedad y fetidez el ambiente.
Acompañado de un pequeño grupo de muchachos y muchachas de la Universidad subíamos las empinadas cuestas de lo que hoy son los bloques del 23 de enero. Habíamos elegido aquella zona como campo de apostolado. Hicimos muchas visitas de tardes enteras de sábados y domingos para conocer, y para escoger cuál sería la clase de ayuda que podríamos prestar.
Tuvimos que pensar con fría y terrible lógica, que contra la dominación y el imperio de la ignorancia, la educación era la respuesta. Pero una educación larga y una educación para todos. Luchar contra la ignorancia extendida en tan gruesas y extensas capas populares, era equivalente a emprender una obra gigantesca. (…) Por fin habíamos escogido la obra: ¡sería una Escuela! ¿Pero dónde construirla, con qué dinero, con qué maestros…? Todas estas interrogantes tenían por respuesta la oscuridad y también el temor a lo desconocido, a lo inmenso, a las implicaciones de un compromiso para siempre…Ya entonces yo estaba decidido no a una Escuela, sino a una cadena de Escuelas en diversos suburbios.
Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])
@pesclarin www.antonioperezesclarin.com