En los momentos en que  estamos  sufriendo en Venezuela   una profunda crisis humanitaria, que agudizó  la pandemia del covid 19,  y la educación, tan necesaria para la reconciliación y el progreso,  a duras penas sobrevive,   el ejemplo de José Gregorio y su amor a la educación, debe motivarnos a trabajar con entrega y entusiasmo  para rescatar la educación como medio  esencial para reconstruir  a Venezuela. José Gregorio fue un alumno ejemplar y un profesor responsable y entregado. Apasionado de la formación permanente, durante toda su vida mostró un hambre insaciable de aprender pero no para  aumentar el currículo y considerarse superior a los demás, sino para crecer como persona, como ciudadano y como cristiano y de este modo servir mejor a Venezuela y  los  venezolanos.

José Gregorio asumió y vivió la educación como un valor fundamental y medio esencial para robustecer otros valores  esenciales, humanizar el país y realizar el proyecto de Dios que quiere que todos tengamos vida y vida en abundancia.. Por ello, debe ser un modelo para los  educadores y un estímulo permanente para trabajar por una educación de calidad para todos y todas.

 De muy poco servirá su beatificación e incluso su pronta canonización (como esperamos)  y las celebraciones por ese motivo, si no nos esforzamos por  encarnar en nuestra conducta y en nuestras vidas sus valores y no los sembramos  en nuestras relaciones y en las estructuras políticas, económicas, familiares, educativas  y sociales.

  José Gregorio nació en Isnotú el 26 de octubre de 1864, es decir hace exactamente 158 años.. Era el primogénito del matrimonio formado por Benigno María Hernández y Josefa Antonia Cisneros. El, hombre muy trabajador y de espíritu emprendedor y creativo. Ella una mujer muy amable, generosa, servicial, esposa y madre admirable y de una fe profunda que cultivó con esmero en José Gregorio y sus otros hijos. En consecuencia, la familia sería la primera y principal escuela de José Gregorio donde además de las primeras letras y los números aprendió con la palaba y con el ejemplo, los valores esenciales. Después, estudió en la escuela del pueblo,  cuyo único  maestro, Pedro Celestino Sánchez,  era un maracucho, que  había sido marinero, y tras sufrir un   naufragio en las  costas de La Guajira en el que casi perdió la vida, se vino a buscar la paz y el sosiego por estos montes trujillanos.

Pronto se destacó José Gregorio sobre el resto de sus compañeros, pues ya sabía leer, escribir  y las cuatro operaciones matemáticas que era lo que el maestro improvisado trataba de enseñarles. Tenía una mente muy viva y aprendía todo con rapidez

Muy pronto descubrió el maestro  que no tenía nada nuevo que enseñar a ese niño aplicado y muy listo, y le recomendó a sus padres que lo enviaran a otra ciudad a seguir estudiando pues podía llegar a ser alguien importante, hasta  tal vez presidente del Estado o un doctor afamado.

Su padre que compartía la idea de que la  mejor herencia que podía darle a su hijo era unos buenos estudios, pues los consideraba  el medio esencial para salir de la ignorancia y la miseria, labrarse una vida digna y contribuir al progreso del país, se empeñó en darle a José Gregorio la mejor educación posible, lo que suponía enviarlo a la capital, a Caracas, donde estaban las mejores escuelas.

José Gregorio tenía 14 años cuando llegaron a Caracas. Lo inscribieron en el colegio Villegas, de Guillermo Tell Villegas, entre las esquinas de Veroes y Santa Capilla. Era un colegio innovador, que pretendía romper con esa educación tradicional que enseñaba a los alumnos a recitar las lecciones aprendidas de memoria. El colegio pretendía, como lo ha señalado Francisco González, ese investigador apasionado de José Gregorio,  “el desarrollo de la inteligencia de los alumnos, enseñándoles a pensar, a razonar y a madurar sus juicios y opiniones, para que, al egresar,  estuvieran al servicio de la paz, la democracia, la libertad y la república, y adquirieran madurez de juicio, seriedad de carácter y capacidad de raciocinio”. Los profesores eran buenos y exigentes, daban ejemplo de puntualidad, responsabilidad y honestidad. Eran no sólo buenos instructores, sino educadores de los valores esenciales.

José Gregorio vivía allí, en el colegio, como alumno interno, y se entregó a los estudios con entereza y dedicación. Pronto sobresalió como un alumno aplicado y ejemplar, y se ganó el aprecio de profesores y compañeros. Obtuvo premios en varias asignaturas y por su excelente conducta y desempeño, lo nombraron instructor de aritmética y luego Inspector General del Colegio. De este modo, con lo que le pagaban, contribuyó a pagarse los estudios y la estadía, pues durante toda su vida consideró el esfuerzo y el trabajo como valores  esenciales para progresar y triunfar en la vida.

El primero de septiembre de 1882 se inscribió  en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Central de Venezuela. Tenía  la decisión firme de entregarse por completo a sus estudios para llegar a ser  un excelente médico y así  aliviar los dolores y ayudar a sanar a los enfermos. Mientras tanto, y para cubrir sus gastos en Caracas, siguió viviendo y trabajando en el Colegio Villegas.

Pronto descubrió que los estudios de medicina en Venezuela eran muy teóricos y tradicionales. Tenían que aprenderse de memoria volúmenes enteros con nombres rarísimos, de sus   orígenes latinos o griegos,  pero con muy escasa práctica y ausencia casi total de laboratorios  e instrumentos. Y fue creciendo en él la convicción, cada vez más firme, de la necesidad de modernizar los estudios de medicina, aprendiendo de las experiencias más novedosas, sobre todo francesas, que iban a la cabeza  en las innovaciones e investigaciones en el campo de la medicina. Y se fue ilusionando cada vez más, con la idea de viajar a París, estudiar con los mejores profesores de medicina, observar sus laboratorios y hospitales, obtener los instrumentos más modernos, para luego regresar a Venezuela a implantar todo lo aprendido, y así contribuir a modernizar la medicina. Sabía que el viaje y la estancia en Francia eran muy costosos,  pero él,  que siempre defendió que había que conseguir las cosas con esfuerzo y con trabajo, estaba dispuesto a  ahorrar todo lo posible, llevando una vida muy austera y evitando cualquier gasto superfluo,

El 29 de Junio de  1888, Día de San Pedro y San Pablo,  con tan solo 24 años, José Gregorio rindió su examen para optar al título de doctor en medicina  ante un jurado compuesto por cinco profesores muy exigentes.  Dado su prestigio de ser el mejor estudiante de la Universidad, asistió al examen numeroso público y eminentes personalidades como los senadores del Gran Estado de los Andes y varios diputados. Fue tal la claridad y brillantez con que José Gregorio respondió a cada una de las preguntas del jurado,  que el Secretario de la Universidad, Dr. Vicente G. Guánchez,  no pudo dominar su emoción, y rompiendo el protocolo gritó: “Aprobado ¡sobresaliente por unanimidad”. Uno años antes, y como ya sabemos, José Gregorio había participado en una manifestación que organizaron los estudiantes contra dicho profesor.

Y cuando menos lo esperaba, le ofrecieron a José Gregorio la oportunidad que había soñado durante toda su vida: viajar a Francia a formarse con los mejores médicos del mundo. Era entonces presidente Juan Pablo Rojas Paúl, de ideas progresistas, que estaba empeñado en mejorar la situación de la medicina. Buscaban a algún médico eminente, que dominara el francés, y estuviera dispuesto a viajar a Francia y dedicarse por entero a su formación, para que, al regreso, aplicara los conocimientos adquiridos, modernizara los hospitales y  las cátedras universitarias de medicina, y trajera también los instrumentos y aparatos más modernos.

El profesor Duval le enseñó a José Gregorio el uso del microscopio, a seccionar los tejidos y le asomó a los misterios de la fecundación. De otros profesores aprendió a conocer y clasificar las bacterias y los trastornos que producen, a esterilizar, y el profesor Claude Bernard, el mejor médico experimentalista de Francia en el siglo XIX, le sembró la convicción de la necesidad de introducir en  Venezuela la medicina experimental para observar y diagnosticar las enfermedades comunes, y examinar los tejidos enfermos.

Pronto fue conocido y admirado por sus ansias de aprender, por su dedicación, por su inteligencia y por su caballerosidad.  Dominaba muy  bien el francés, leía las revistas científicas en otros idiomas, especialmente el alemán, y pronto su figura diminuta se volvió cotidiana entre los laboratorios, los hospitales y las cátedras. El profesor Charles Richet se expresó así de José Gregorio: “El Doctor Hernández ha trabajado en mi laboratorio y seguido mis cursos con mucho celo y asiduidad. Quiero así dar un testimonio de su ardor por el trabajo”.

A partir de  1892, empezó a compartir su tiempo en la práctica de la medicina, la investigación científica y su labor docente como profesor de la Universidad Central de Venezuela. Fundó el Instituto de Medicina Experimental, el laboratorio del hospital Vargas e impulsó con tal firmeza la renovación de las prácticas médicas, que es considerado el padre de la medicina moderna en Venezuela.

En la Universidad, los alumnos lo admiraban y querían mucho, a pesar de que tenía fama de exigente.  Les impresionaba mucho su erudición, su puntualidad extrema,   su responsabilidad, sencillez y cercanía a pesar de ser una eminencia. Trataba de enseñarles no sólo medicina, sino humanidad, transmitirles  los valores humanos esenciales   con el ejemplo. No toleraba la mediocridad ni la vagancia.

Fue el primer profesor que enseñó a los alumnos la toma de la tensión arterial, y muy pronto debió dedicar todos sus conocimientos y energías a combatir la gripe española, una terrible pandemia que dejó en el mundo unos 50 millones de muertos, que se cebó también con fuerza en Venezuela, donde ocasionó  unos 25.000 muertos, aproximadamente el 2 por ciento de la población.

Por ello, apoyados por José Gregorio y asumiéndolo como modelo a seguir,  asumamos creativamente las crisis y trabajemos por la educación necesaria, que pueda contribuir a gestar un país y un mundo más humanos. Educación en breve que nos enseñe a vivir, a convivir con los otros diferentes y con la naturaleza  y a dar la vida para que todos  tengan vida en abundancia. Y eso fue, en definitiva, lo que hizo José Gregorio  y debemos intentar hacer nosotros si queremos que su beatificación y pronta canonización (como esperamos) contribuya a transformar la educación y gestar una Venezuela y un mundo mejores.

Por Antonio Pérez Esclarín ([email protected])

@pesclarin       www.antonioperezesclarin.com

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