Sumario. En un país fragmentado política y socialmente por estar la gente ocupada en sobrevivir, se vuelven muy importantes los puentes, esas personas que unen voluntades, facilitan el flujo de saberes y experiencias, ponen en contacto bondades, hacen que se diluyan diferencias, Sobre eso escribo.
“Profe, necesito un cupo en una escuela de Fe y Alegría. ¿Puede usted ponerme en contacto con alguien?” O sea, la señora necesita un puente. Este sería de los más sencillos, porque hay puentes más complicados, por ejemplo, cuando hay dos grupos en conflicto, con posturas diferentes y hasta antagónicas, las personas-puentes contribuyen a crear una negociación entre las partes.
Un puente es esa estructura que permite a la gente separada por un río o un abismo entrar en contacto, facilitando las comunicaciones. El soberbio Orinoco y el Caroní tienen sus hermosos puentes; sin ellos sería complicado relacionarse en el estado Bolívar. El lago de Maracaibo tiene el suyo que llena de emoción a los marabinos cuando empiezan a pasarlo. De igual forma entre las personas y situaciones existen aquellas cuyas posturas hacen de puente.
Se necesitan puentes para que las acciones buenas de tantas organizaciones no gubernamentales se conozcan y se puedan contactar. Hacer de puente ayuda a contagiar esas iniciativas. Cuando se sabe lo que hace el otro, se potencia su acción y habrá más gente que pueda cooperar o beneficiarse.
Se requieren puentes para que alguien con una situación de urgencia pueda ponerse en contacto con organizaciones que se ocupan de ayudar.
Un buen Twitter puede hacer de puente para que más personas conozcan una denuncia sobre la violación de un derecho humano y activen acciones para restaurarlo. Más de un detenido arbitrariamente se ha salvado gracias a la rápida activación de puentes tuiteros multiplicándose por las redes sociales. Uno no resuelve, únicamente sirve de puente.
En una escuela hacen falta esos profesores guías que sirven de puente entre una sección y esa otra con la que se llevan mal los alumnos. Evitan peleas y pueden llegar a juntar voluntades para actuar juntos.
A mí me ha tocado estar en instancias donde hay gente de posturas contrarias y uno sirve de puente para establecer puntos en común o identificar dónde está el nudo que debe disolverse.
En una junta de condominio, son útiles las personas puentes para que los vecinos se pongan de acuerdo, se escuchen y hagan que los otros se escuchen entre ellos.
Los moderados, que nada tienen que ver con cobardes o falta de criterio, son muy buenos para ser puentes. En cambio, los extremistas son de los que huyen de los puentes y más bien los descalifican. Los extremistas no buscan consensos, más bien exacerban las diferencias, gozan descalificando a la otra parte, buscan su eliminación. Son malos líderes y, en tiempos de crisis, se requiere gente que calme emociones. Los extremistas producen rechazo, restan. Los moderados suman.
Mandela lo expresa muy bien en sus escritos. Reconoce que de joven tenía un verbo encendido, que buscaba siempre la confrontación. Después de 27 años en la cárcel, con mucha reflexión, decidió que tenía que impedir una guerra civil en su país, que sus discursos debían buscar la reconciliación entre los surafricanos, ¡que él era negro, pero que debía gobernar para todos, sin descuidar la justicia!
Venezuela es un país fragmentado políticamente hablando, yo no diría tanto “polarizado”, aun cuando hay sectores en los extremos que a veces uno llega a pensar que no hay manera de que se sienten a buscar acuerdos. Diría que hoy la mayoría de la población se siente insatisfecha, descontenta por decir lo menos, con la actual situación y quisiera mejorar su calidad de vida y la calidad de la convivencia. Los extremistas van quedando solos y entre la sociedad, fragmentada por falta de visiones compartidas, por tener que ocuparse de sobrevivir, por toda la carga de angustia que genera esta emergencia humanitaria compleja, por el colapso de los servicios públicos que hace de cada día una lotería, se requiere de puentes no sólo entre los que piensan políticamente distinto, sino también entre los que buscamos el cambio como mejoría para todos. Necesitamos saber que no todo está perdido, que hay esperanza, que hay más gente buena que mala, para todo eso se necesitan personas-puentes.
Voy a terminar con algunos versos del poema “Una palabra” de Benjamín González Buelta, que resume la potencialidad de las buenas palabras:
“Una palabra en el agua/ puede ser un apoyo/ para saltar la corriente,/ un dique amigo/ para detener la avalancha, / un recuerdo pulido por el vaivén de las olas. //
Una palabra en el aire/ puede ser un puente/ para salvar los abismos,/ una onda en el alma/ para vencer las fronteras, / una mirada tierna que acerca y abraza. /”
Cada venezolano, con palabras como puentes, podríamos ver que estamos más cerca los unos de los otros.
Referencias bibliográficas
González B., Benjamín (1998). La utopía ya está en lo germinal. Editorial Sal Terrae, Bilbao, España.