– Maestra: ¿vamos a utilizar las tazas? -preguntó con dulzura la pequeña a la maestra Nancy, de la escuela Fe y Alegría Santa Ana, de Valencia.
Afortunadamente la maestra pudo decirle que sí, lo cual significaba que tendrían sopa para todos, gracias a la “Olla Solidaria Escolar”, el último emprendimiento social de Fe y Alegría para mitigar los efectos del hambre en niños, niñas y adolescentes.
Es verdad que en las escuelas no nos podemos hacer cargo de todo, pero tampoco podemos sentarnos a esperar que la situación mejore, mientras vemos pupitres vacíos porque los estudiantes, al no tener qué comer en sus casas, no van al colegio. “La letra con hambre no entra”. Este año escolar empezó con mucha lentitud, en algunos centros ya finalizaba octubre y aún la asistencia no se regularizaba; cuando las maestras indagaban el por qué, las respuestas eran similares: “no tenemos para los uniformes,… no tenemos nada para los desayunos ni para las meriendas de los hijos…”. Había que hacer algo, así que los cerebros creativos y solidarios empezaron a funcionar. Las historias bonitas que compartimos en esta ocasión no son las únicas, pero sirven para ilustrar como hay gente buena en este país y que siempre hay algo que podemos hacer.
La Escuela “Santa Ana” y la “Luisa Cáceres de Arismendi”, ambas de Fe y Alegría–Valencia, se están ayudando mutuamente en varios aspectos: la LCA, que es muy grande, tiene alojada temporalmente a la SA, de menos matrícula, hasta que resuelva su problema de infraestructura, pero, también se están apoyando en esto de “dar de comer al hambriento”. Hay que decir, en honor a la verdad, que el Ejecutivo Regional, tiene desde hace más de una década, un programa de alimentación escolar, pero este aporte no alcanza sino para dos días, mientras los niños, niñas y adolescentes deben asistir cinco días al colegio, así que los maestros se las ingeniaron: los lunes todos los estudiantes de ambos centros llevan cualquier ingrediente para la gran sopa. “Maestra, traje una papa”, dice una; “y yo una zanahoria”, dice otro. “Lo que más traen es auyama”, nos comenta una maestra. Jazmín y María, del Concejo Educativo, pasan por los salones y recogen los aportes de los estudiantes. “Los que no puedan traer algo el lunes, lo traen el martes”; algunos no pueden llevar nada, pero, igual se les da su sopa. “Cada quien trae su plato, sabe que aquí se le llenará”.
La experiencia lleva poco tiempo, sin embargo, se ve que es sustentable. Mientras el gobierno se enseria y recuerda que los derechos de los NNA son Prioridad Absoluta (Art. 70 de la CRBV y 7 de la LOPNNA) hay que hacer algo. “No lo mandé porque no comió nada ayer y no tenía nada para hoy”. Eso angustia. En ocasiones, María y Jazmín, sugieren a los niños que traer: “si pueden, consigan ají dulce” (que no es tan caro). Luego las escuelas completan lo necesario para la sopa y. como gente buena hay en todas partes, una carnicería del sector –“La suerte”, de una exalumna– ha comenzado a aportar algo de carne, y se han pasado cartas a granjas cercanas, que seguro apoyarán también.
“El primer día que ofrecimos la sopa, un estudiante de bachillerato repitió 5 veces” -comenta María Victoria, la directora del LCA- “¡así sería el hambre que tenía!”. Las inasistencias se han reducido. La sopa, como en el milagro de la “multiplicación de los panes”, alcanza para unas 1400 personas… ¡y no estoy inventando!
También en el colegio “Virgen del Rosario” de Maracay tienen su olla solidaria: la empresa Cargill de Venezuela dona pastas, mientras en la institución, con aportes propios y de las familias, ponen “la salsa”, con lo que se pueda… En Antímano, Caracas, la escuela “San José Obrero”, los padres y representantes reconocen que no todos están igual de necesitados, así que unos ayudan a otros…
Dar de comer al hambriento” no puede esperar, hay que exigir al Estado que cumpla con sus obligaciones (hay que invitar a la FAO, por ejemplo), pero, mientras tanto la mano extendida tiene que funcionar.
Luisa Pernalete