“A veces uno ni sabe por qué persevera, pero igual uno salta obstáculos y sigue.” Repaso la conversación con Edward y de verdad me conmueve: pienso que son fortalezas especiales, una gran vocación, sumado a su vida de fe.

Edward es joven, lleva 8 años trabajando en el Colegio “Juan XXIII”, un centro de Fe y Alegría ubicado en el oeste de Barquisimeto. Ha sido profesor de bachillerato, luego coordinador y desde hace un par de años es subdirector. Me comenta que tienen un déficit de 20 docentes. Los maestros no pueden sobrevivir con esos salarios y por eso renuncian, con dolor. El equipo directivo se recarga asumiendo tareas de esos que faltan. Va varios días a la semana a la escuela. “Los que quedamos tenemos que cubrir unos cuantos roles porque de otra manera no se pueden atender a los estudiantes”, que son más de mil en ese centro. Edward, que es graduado en Lengua y Literatura, está ocupándose de esa área en la Tercera Etapa y de paso, atiende un segundo grado de Primaria. Además, están los asuntos administrativos propios de su cargo, que le ocupan buena parte de su tiempo.

Hace años pudo comprar una vivienda en un sector del oeste, vía Quíbor. No tiene carro y el transporte colectivo ha subido tanto que si se traslada en autobús hoy gastaría 200.000 Bs diarios. ¡Imposible pagarlo con el salario de subdirector! Entonces se compró una bicicleta de segunda mano y empezó a trasladarse en su vehículo de dos ruedas. Pero se le cayó y se estropeó una pieza. “Con mi sueldo no podía costear el arreglo. Gracias a que por las tardes tengo otro trabajo desde hace 4 años -es gerente de una pizzería donde comenzó como lonchero-la estoy arreglando. Hago una hora de viaje de mi casa a al colegio.”

Solo con esa hora de viaje en bicicleta es para darle su premio de “heroísmo escolar”. Pero no crean ustedes que Edward da su testimonio como víctima, lo dice de manera natural. Por ahora, mientras su bici se la entregan, agarra cola, camina unas cuantas cuadras y llega al centro.

“A veces siento que no puedo más. Llega uno de trabajar y se encuentra con que no hay luz en la comunidad, como me pasó el otro día. Y como el gas doméstico hace meses que no se consigue, pues no pude cocinar en mi hornilla eléctrica, me acosté sin comer…”.

Pertenece a un grupo de oración de su parroquia católica, eso le ayuda mucho. “A pesar de la pandemia, la parroquia sigue ayudando niños y niñas que no tienen para comer en sus casas y se ofrece comida para ellos. Hay en la comunidad 23 casas de oración y a esos hogares los vecinos llevamos kilos de alimento como donación”. Solidaridad a tiempo completo.

Tiene 33 años. No ha decidido casarse porque con lo que gana no puede tener familia, dice. “No va uno a traer hijos al mundo para que pasen trabajo”, dice el profesor.

¿No es conmovedor? ¿No debería ganar un salario justo para que pueda perseverar sin tanto sacrificio?

Le comparto ahora una historia del Núcleo Rural El Pao, también de Fe y Alegría, ubicado en el estado Bolívar.

El Núcleo, vía el cerro El Pao, ese que fue famoso en otros tiempos por su mineral de hierro, tiene varios centros. Belkis, quien es la coordinadora de Pastoral y ciudadanía, se los recorre todos. No tiene vehículo. Camina y agarra cola cuando puede.

“Hemos estado haciendo cuadernos ecológicos. Los cuadernos están muy caros. Nos han regalado hojas sueltas de libretas de esas grandes, las cosemos y las pegamos también con pega ecológica. ¡Nada de comprar pega! La hacemos del almidón de la yuca. Usted sabe, hay siembras de yuca en el sector, entonces nosotras les enseñamos a las mamás y a los alumnos a hacer los cuadernos. Aprenden algo valioso y tienen sus útiles sin tener que ir a las librerías”, me comenta con entusiasmo Belkis. No sé si ustedes saben, pero una libreta empastada está costando cerca de un millón de bolívares. Imposible para uno de esos niños adquirirla y tampoco un docente.

Las maestras, quienes en su mayoría viven en las comunidades atendidas, visitan las casas de los alumnos para darles las guías instruccionales, pues hasta ahí no llega la radio de Fe y Alegría; además pensar en trabajo a distancia con internet o teléfono inteligente está difícil, no hay conectividad y la gente no tiene celulares inteligentes. A decir verdad, es imposible.

Los docentes conocen muy bien a las familias. Se preocupan y se ocupan no sólo de sus estudiantes. También de los que están fuera de la escuela. “Hay un grupo de niños que quedaron huérfanos. Sus padres murieron de manera trágica en diferentes hechos. Quedaron con una tía. No estaban estudiando, pero ya los hemos ido incorporando. Tenemos que acompañarles. Hay otra familia, en la cual también hay huérfanas varias adolescentes, no están estudiando, pero les voy a dar un taller para que aprendan a hacer ropa íntima y puedan vender y ayudar a sus hermanitos menores”.

Así son esas maestras, sensibles, sin mirar horario, con generosidad, ahijando a toda la comunidad. Y para mayor sorpresa de ustedes, Belkis atiende los fines de semana a un grupo de abuelos, porque están tan solos… Así que tiene un Club de abuelos.

No tengo palabra para calificar a estas maestras de solidaridad y generosidad sin límites.

A veces pienso que en Venezuela hay todavía educación por estos docentes superhéroes que calladamente, sin esperar más recompensa que las sonrisas de sus alumnos, siguen trabajando. A mí me animan y hasta se me quita el cansancio cuando recojo estos testimonios. Luchar por el derecho a la educación pasa por luchar por un salario digno para los maestros que perseveran.