Con motivo de la celebración del Día del Padre, dedico este artículo a los padres responsables que, además, suelen ser buenos esposos. Lamentablemente no abundan en Venezuela, hasta el punto que algunos estudiosos de la familia popular venezolana han llegado a decir que “en Venezuela hay ausencia de padre y exceso de madre”. Por ello, además de felicitar a los padres responsables, quiero animar a los otros a que asuman con mayor responsabilidad la paternidad. No se es padre meramente por el hecho de fecundar a la mujer, sino que hay que ganarse el título de padre con la red de relaciones a base de responsabilidad, cuidado, atenciones y cariño que los padres tejen con sus hijos.
Estoy convencido de que para llegar a ser auténtico padre, hay que esforzarse por ser buen esposo. Por lo general, si bien los hombres suelen mostrar ternura y cariño con los hijos cuando son muy chiquitos, dejan de hacerlo cuando van creciendo y no suelen hacerlo con sus esposas. Pareciera que han sido educados para establecer relaciones de dominación y frialdad. Olvidan que el amor entre los esposos es donación, entrega, preocupación y ocupación en procura de la felicidad del otro.
El amor, que suele ser muy intenso en los tiempos del enamoramiento, se puede apagar con el tiempo. Por ello, para que el tiempo no lo destruya, hay que cultivarlo cada día con pequeños detalles, con caricias, con palabras, con todas aquellas actitudes que se utilizaron para conquistar a la mujer. La relación amorosa hay que hacerla todos los días; si la suponemos se muere. Lo expresa en lenguaje popular Vergote, un psicólogo belga: “un novio no le puede decir a la novia el día de su boda: te amo para siempre y no hablemos más de eso. Si supone esa relación de amor y no la renueva cada día, muy rápido esa relación desaparece”. El matrimonio debe ser un noviazgo eterno y para mantenerlo vivo y superar la rutina y los problemas, que sin duda vendrán, es muy importante ser muy comprensivos con los cansancios, problemas y preocupaciones del otro, evitar toda palabra que ofenda, y cultivar las palabas de ánimo, valoración, agradecimiento. El amor genuino supone también esfuerzo, tolerancia, perdón. El hecho de que con la pandemia hayan aumentado tanto los divorcios, e incluso los feminicidios debe llevarnos a preguntarnos cómo vivimos la convivencia cotidiana, cómo nos comunicamos, cómo enfrentamos juntos las dificultades, cómo nos cuidamos.
En su libro “Nuestros maestros los niños”, Piero Ferruci confiesa: “Ha hecho falta tiempo, pero al final me he dado cuenta: la relación con mis hijos pasa por la relación con mi mujer. No puedo tener con ellos una buena relación si mi relación con ella no es buena”.
La experiencia clínica de Ferruci le demostró que “cada ser humano es el resultado de la relación entre el padre y la madre. Y esa relación sigue viviendo dentro de nosotros como una bella armonía o como una herida dolorosa. Si la relación está envenenada, el veneno circulará por su organismo. Si la atmósfera no es armoniosa, crecerá en la disonancia. Si está llena de ansias e inseguridades, su futuro será incierto”.
La conclusión es clara: para ser buen padre, hay que ser buen esposo. A mí me gusta repetir que la mejor herencia que podemos dejar a los hijos, es el recuerdo de unos padres que se respetaban y querían. Nada da más felicidad a los hijos que ver que sus padres se cuidan y se aman.
Por: Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com)
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