LP2Carmen tenía 8 años, era de la etnia jivi (guahibo dicen los criollos), una etnia que habita zonas de Colombia y Venezuela. Su familia, como muchas otras, debido al problema del hambre, se han ido desplazando de sus comunidades a pueblos criollos, donde no les va mejor, pero buscan que comer y, a veces, consiguen algo. Eso hizo la pequeña que caminaba con su padre por la carretera que pasa por su comunidad: consiguió un pan en el suelo, cerca del vertedero de basura a la salida de Morichalito –sur del estado Bolívar, sierra de Los Pijiguaos-, lo tomó y lo comió. Lo compartió con su papá. Se puso mal la niña, corrieron y la llevaron al dispensario de Bauxilum, pero no resistió y murió. El pan tenía algún veneno. Su padre sobrevivió y pudo ir al funeral.

Carmen vivía en Las Lajitas, una comunidad jivi donde viven varios alumnos de la escuela “Carmen Sallés” de Fe y Alegría. Por eso le avisaron a las hermanas Concepcionistas, unas religiosas que son unas verdaderas santas de este siglo y que trabajan en el centro desde sus inicios, en 1993, desde entonces han acompañado el largo Vía Crucis de resistencia de indígenas de diversos pueblos: curripacos, mapoyos, jivis, eñepás… Esa zona del sur de Bolívar es ricas en diamante, bauxita…. Pero, sus habitantes originarios, viven con gran precariedad.

Se supone que los indígenas tienen el derecho a disponer de las riquezas de sus territorios, sin embargo no sucede así con estos pueblos. Según la Declaración Universal de los Pueblos Indígenas (ONU, 2007) los indígenas tienen derecho al disfrute pleno de todos los DDHH (así lo establece el artículo 1); a participar en la adopción de decisiones de cuestiones que les afecten en sus territorios (Art. 18); al mejoramiento de sus condiciones económicas y sociales (Art. 21). De igual forma, nuestra Constitución tiene artículos que los favorecen, pero de nada sirvió esto: el padre de Carmen solo sabe que su hija tenía hambre, que agarró un trozo de pan cerca del vertedero y murió a los 8 años.

“Afortunadamente la niña no llegó a compartir con sus otros hermanos ese pan, también hubieran muerto”, comenta con tristeza la hermana Isabel, que lleva años en el pueblo. Añade la religiosa que ya saben que hay malaria en varias comunidades: “Ya murió el hijo de un maestro indígena, era un bebé, pero su madre desnutrida qué podía darle, y es el segundo que se le muere pequeño”. Se mueren por desnutrición: el paludismo a una persona que esté bien alimentada no tiene porqué causarle la muerte, pero si está desnutrida sí. No pregunté por programas de prevención, no pregunté por medicamentos, creo saber la respuesta.

Carmen murió por pobre, mufgrió por falta de políticas públicas que protejan de manera integral a los niños y niñas. Este caso lo supimos porque nos tocó de cerca. ¿Cuántos habrán sin registro?

Mientras el gobierno se pone de acuerdo sobre cuándo aparecerán los billetes o cuántas armas nuevas va a comprar, Carmen murió sin haber acabado de crecer. ¿Quién paga esas muertes anticipadas?

Luisa Pernalete


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