“¡Fue terrible entrar al colegio el lunes y encontrarnos con el cadáver del vigilante en un pasillo! Lo habían asesinado el día anterior. ¡Cuesta ir cada día a trabajar!” Contaba la psicopedagoga y la voz se le quebraba. La imagen del señor que durante 15 años cuidó el plantel, degollado, no se le irá fácil a los niños, ni tampoco a la maestra. El evento fue en enero, pero tres meses después ella sigue afectada y no es para menos; siente, además, que tiene que ayudar a los estudiantes e incluso a sus compañeros, pero ella necesita ayuda también.
¿Quién cuida a los “cuidadores”? En este país, en el cual el tema de la violencia urbana, metida en medio de la escasez, la inflación, que también genera angustia, debiera ser declarada problema de Salud Pública, pues nos tiene a todos mal. ¿Quién no tienen una historia cercana que registre un atraco, una amenaza, un tiroteo, un muerto? Aquí todo el mundo tiene su página de sucesos y eso nos incluye a los maestros, los médicos, a periodistas, catequistas, sacerdotes y religiosas, también a los psicólogos y psiquiatras y a esa lista de héroes anónimos como voluntarios de diversas iniciativas que tiene que ver con “cuidar a otros”. He visto periodistas en Ciudad Guayana secar sus lágrimas al relatar lo que oyeron de las madres de Tumeremo; he visto maestras llorar cuando comparten historias de terror de los entornos de sus escuelas; he visto a un obispo amigo cortar su sonrisa habitual al evocar dramas reportados por los agentes de pastoral de su Diócesis; yo, igualmente, he llorado un montón de veces después de oír a madres hablando del riesgo que corren sus hijos.
“Profe: yo escucho a medio mundo, ¿Quién nos cuida a nosotros?”, me preguntó Desiré, maestra de una escuela de Fe y Alegría en Caracas. Tiene razón. No esperemos que un gobierno que no elabora políticas públicas integrales para niños, niñas y adolescentes, a pesar de ser su obligación, lo vaya a hacer para “los cuidadores” adultos: ¡tenemos que cuidarnos entre nosotros! Estas líneas las hago para mí y para “los cuidadores” que extienden su mano a las miles de víctimas de la violencia en Venezuela.
Comencemos por quitarnos la culpa por no poder pacificar este país como lo merecemos y lo deseamos. No es nuestra culpa, hagamos lo que nos toca, pero no nos culpabilicemos. “A las mamás no nos corresponde desarmar a los violentos del barrio”, dijo una vez Carmen Emilia, participantes de Madres Promotoras de Paz de San Félix. Hagamos lo que nos toca según nuestro papel en la sociedad y exijamos al Estado que haga lo suyo.
Sigamos por aprender y practicar ejercicios de relajación: respirar profundo, recordar escenas bonitas de nuestra vida – eso las agranda y nos hace sonreír -, meditemos un rato en la mañana y luego en la noche.
Rece el Padrenuestro en su versión original, aunque no sea creyente: en Venezuela todo el mundo lo conoce –incluso hasta los no creyentes-; pues rece usted también su Padrenuestro, lentamente, verá lo completa que es esa oración y cómo consuela repetirlo. En este mismo apartado, cultivemos la interioridad, se puede aprender a conectarse con uno mismo. Recemos, sea cual sea nuestra relación con la trascendencia. El silencio ayuda.
Hay que darse el permiso de hacer cosas placenteras: ver una película, mejor si es en compañía de alguien que uno quiere; baile aunque sea sola o solo – no necesita instructor– déjese llevar por la música; coma algo rico, rompa la dieta de vez en cuando; llame a alguien que le haga reír, (no puedo “prestarle” a Elvis, un compañero maracucho que alimenta nuestras carcajadas diarias, pero busque gente como él entre sus conocidos, pues usted tiene suerte de vivir en Venezuela, donde hay mucha gente ocurrente ¡a pesar de las colas! Sonreír y reír ayuda mucho, más de lo que se imagina. Haga su ejercicio diario frente al espejo, sonría de manera forzada y verá que en 3 segundos usted imitará su propia sonrisa, y eso le distiende; si el día se presenta rudo, dese 5 segundos, y si todavía no sonríe de verdad, acuda a su psiquiatra porque está muy mal. Ríase de usted mismo. ¡Yo tengo montones de chistes en donde soy la protagonista y son buenísimos! Si no le resulta fácil reírse de usted, busque aunque sea las viejas historias de Mafalda o de Olafo, vea una película de Chaplin…
Sobre todo, reúnase con los amigos que sean capaces de quejarse sólo 3 minutos y hablar de otra cosa. Dígale cuánto les aprecie, sea generoso con los piropos. Y, en especial, cultive los lazos con su familia, abrace a los hijos, a su mamá viejita, a los nietos suyos o de otros, “como si fuera esta noche la última vez”.
Ya sé, nada de esto detiene la inflación ni le localiza papel sanitario, pero le dará fuerzas para continuar haciendo el bien. “Los cuidadores” somos necesarios y tenemos que cuidarnos. Esta historia continuará.