Si no queremos entrar en una espiral de violencia que nos arrastre a todos  y siembre al país de destrucción y muerte, debemos abocarnos todos a construir la paz. Para ello, tenemos que   comenzar desarmando los corazones, que están demasiado llenos de rabia, rencor, odio, prejuicios y violencia.  La lucha por la paz y la justicia debe comenzar en el corazón de cada persona.  Ser pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas, ni ser sumiso,  sino comprometerse y luchar sin violencia por la verdad y la justicia.  No seremos capaces de romper las cadenas externas de la injusticia, la violencia, la miseria, si no somos capaces de romper las cadenas internas del egoísmo, el odio, el desprecio, la mentira, la venganza,  que atenazan los corazones. No derrotaremos la corrupción, que actualmente corroe la entraña de la sociedad, con corazones apegados a la riqueza y el tener; no construiremos participación y democracia con corazones ávidos de poder; no estableceremos un mundo fraternal con corazones llenos de odio y de violencia.

Hay que trabajar arduamente por la paz, pero  hacia la paz no se avanza de cualquier manera, ni se llega por cualquier camino. Hay que dar pasos acertados. Y en estos momentos corremos el peligro de adentramos por los caminos más equivocados.

No se llegará a la paz enfrentando de manera violenta a las personas, golpeando o reprimiendo salvajemente.  Lo que se necesita es aproximar posturas y aunar fuerzas, no encender la lucha callejera ni ahondar las divisiones. Así no se construye un país.  Así se destruye. ¿Qué amor al pueblo puede existir en quien pone en marcha un camino tan peligroso y destructor?

No se llegará a la paz provocando el desprecio, los insultos y la mutua agresión. ¿Por qué tengo yo que despreciar y considerar como enemigo a alguien sólo porque piensa de diversa manera? ¿Tengo que olvidar que es conciudadano,  que es hermano, que pertenece a mi país al que posiblemente ama tanto o más que yo?

No se llegará a la paz introduciendo más pasión y fanatismo entre nosotros. Lo que se necesita es sembrar objetividad,  racionalidad y enfriar los ánimos. ¿Qué puede nacer de   posturas  dogmáticas, totalmente cerradas a la autocrítica, que siempre culpan al otro de sus propios fracasos?

No se llegará a la paz amenazando, golpeando, o reduciendo al silencio a quien no piensa igual. Cuando en una sociedad se limita la libre expresión  o la gente tiene miedo de expresar lo que piensa,  se está destruyendo la convivencia democrática.

En medio de los graves enfrentamientos de estos días, escucho la consigna de Jesús: «Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano.» ¿Para qué sirven todas nuestras profesiones de fe en un Dios Padre, si luego no vivimos como hermanos?


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Joven emprendedor, creo en Dios y sus promesas, programador, apasionado por las tecnologias y Fundador de Empresario Virtual, poeta http://www.empresariovirtual.org Mil Palabras!