Lo más difícil en un diálogo no es lo que se dice, sino el modo como se escucha. Para poder dialogar hay que aprender a escuchar. De ahí que si queremos que los fervientes llamados al diálogo que se vienen haciendo con insistencia en Venezuela tengan éxito y culminen en alianzas y propuestas para enfrentar la gravísima crisis que estamos viviendo, deben estar precedidos por la voluntad firme de escuchar.

Escuchar es ser receptivo, buscar la verdad, tenerla en cuenta. Es exponerse a descubrir que estamos equivocados y que no tenemos la razón, toda la razón. Escuchar no es sólo oír con interés y atención al otro y tratar de entender lo que dice, sino dejar que se introduzca en nuestra vida, que se encuentre con nosotros y nosotros con él, comprenderse mutuamente. La escucha implica disposición a cambiar las propias ideas. Si yo sólo escucho al que piensa como yo, no estoy escuchando realmente, sino que me estoy escuchando en el otro.

Dialogar es abrirse al otro, aprender a modificar los pensamientos y los comportamientos, a rectificar las opiniones y palabras si hay que rectificarlas, desde una nueva visión. Dialogar es disponerse a resolver los problemas y conflictos de un modo humano, sin violencia. No olvidemos nunca que la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Los que dialogan salen de sus mundos privados en busca de un mundo común, nuevo, construido desde los mundos diversos de los que dialogan. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad, que detesta y huye de la mentira.

El diálogo exige respeto, humildad para reconocer que uno no es el dueño de la verdad. Los orgullosos y los prepotentes no saben dialogar. El que cree que posee la verdad no dialoga, sino que trata de imponer su verdad, pero una verdad impuesta por la fuerza deja de ser verdad. La verdad se manifiesta en sus frutos. “La verdad les hará libres”, nos dijo Jesús: Libera a uno mismo de la prepotencia, del orgullo, de creer que uno es el que tiene siempre la razón. ¡Cómo es posible que algunos, tanto en el gobierno como en la oposición, sigan tan aferrados a sus supuestas verdades sin considerar los gravísimos problemas que su actitud está ocasionando a Venezuela! El diálogo necesario no puede consistir meramente en ir a Miraflores a tomarse un café, o a que los demás se plieguen a mi verdad, sino partir de aceptar que el país está muy mal, que la delincuencia anda desbordada, que escasean todos los productos (menos las drogas, las armas, las colas y los bolívares sin valor), que la inflación devora sueldos y ahorros, que todo sube de precio menos la vida humana que cada día vale menos, que es urgente un cambio en la economía pues está bien demostrado su fracaso. Aceptar los problemas, aceptar los fracasos sin eludir la propia responsabilidad y dejar de culpar siempre a los demás y disponerse a resolverlos entre todos.

La verdad libera no sólo al que la dice, sino también al que la escucha: una supuesta verdad que ofende, que humilla, que se utiliza para manipular u oprimir, para ganar tiempo, para engañar, para conseguir cuotas de poder, no puede ser verdad.

¡Es tiempo de anteponer los intereses de la Patria a los intereses personalistas o partidistas!


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Joven emprendedor, creo en Dios y sus promesas, programador, apasionado por las tecnologias y Fundador de Empresario Virtual, poeta http://www.empresariovirtual.org Mil Palabras!